Texto por: Daniela Cafaggi

Nos encontrábamos en la zona arqueológica maya de Chichén Itzá en el estado de Yucatán. Nuestro objetivo era capturar murciélagos con redes de niebla y buscar sus refugios dentro de las estructuras para conocer la diversidad especies.

A las 6:30 de la tarde, mi equipo y yo salimos como todos los días a colocar las redes dentro de la zona arqueológica. Esa semana en especial había sido complicada ya que la temporada de huracanes en el Caribe había comenzado y constantemente llovía.

Después de colocar las redes y haber dado los primeros recorridos en las estructuras notamos que algunas nubes grandes y densas comenzaban a cubrir el cielo, acompañadas de un fuerte viento. No nos preocupamos demasiado porque en noches pasadas había sucedido lo mismo y no habíamos tenido problemas. Si llovía, era poco y pasaba rápido.

Como el viento aumentaba y comenzaba a llover un poco, decidimos revisar si había murciélagos en las redes, acordando cerrarlas si empeoraba el tiempo. La revisión tardó muchísimo. Al parecer una de las redes se encontraba muy cerca del refugio de una especie de murciélago llamado Molossus rufus, porque habían caído en la red aproximadamente 30 animales. Cuando llegamos al punto de encuentro para procesar a los murciélagos ¡teníamos más de 50! Lo cual es bastante tomando en cuenta que únicamente éramos 4 personas y que faltaban 15 minutos para empezar la siguiente vuelta.

Molossus rufus es un murciélago insectívoro muy abundante (Fotografía por Alejandro Marín)

Comenzamos a procesarlos, es decir, identificarlos, tomarles medidas morfológicas, pesarlos y determinar el sexo, pero eran demasiados. Además, en cuanto llegamos la lluvia y el viento aumentaron en cuestión de segundos, podíamos ver y oír los rayos caer muy cerca de nosotros. Casi no se podía ver por tal cantidad de agua que caía.

Como pudimos agarramos nuestras cosas y protegimos a los murciélagos que llevábamos dentro de sus sacos con nuestros impermeables y mochilas. Decidimos buscar refugio, pero estábamos en una de las secciones más alejadas y desprotegidas de la zona. A lo lejos vimos una pequeña estructura parecida a un arco maya muy pequeño y decidimos quedarnos ahí en lo que pasaba la tormenta.

Dentro, el arco era aún más pequeño de lo que parecía, con trabajo cabíamos los 4 miembros del equipo, incluso tuvimos que sacar algunas mochilas. Aún así seguimos trabajando con los murciélagos, que después de ser procesados eran liberados, pero era tal la intensidad de la lluvia que todos se quedaron dentro del arco. Se colgaron en el “techo”, que tenía aproximadamente 1.40 de alto, así que mientras trabajábamos sentados en el piso, había unos 20 murciélagos justo arriba de nosotros.

Pasados unos minutos, comenzaron a entrar un montón de insectos voladores, tantos que no podíamos respirar porque se mentían en nuestra boca, nariz y oídos, en la ropa y entre el pelo. Los insectos eran aún más persistentes porque teníamos puestas las lámparas de cabeza y la luz los atraía, pero no podíamos apagarlas porque la obscuridad era total y todavía había murciélagos que procesar.

Equipo de trabajo: mojados, picados y sudados. (Fotografía por Fotografía por Camila Raven)

De repente, de las grietas comenzaron a salir hormigas de todos los tamaños a cazar a los insectos y a todo lo que se posara en las paredes, incluyéndonos. Después de las hormigas, empezaron a entrar todo tipo de insectos, arañas, tarántulas, alacranes, ranas e inclusive culebras. Al final sentíamos que estábamos compartiendo refugio con la mitad de la fauna habitante del lugar, la mayor parte del tiempo en paz y tranquilidad.

Cuando pasó la lluvia, mojados, picoteados, llenos de lodo y pedazos de insectos, salimos para seguir trabajando, pues aún faltaban algunas horas para terminar.

Afortunadamente no volvió a llover, y fue espectacular ver la explosión de vida después de la tormenta, tantos sonidos y movimientos en medio de la noche.

Personalmente, conocer lugares tan bellos como Chichén Itzá, Uxmal, Ek Balam, Dzibilchaltún y otras zonas arqueológicas es una experiencia única. Pero tener la oportunidad de estar ahí por la noche, totalmente solos, escuchando y observando toda la vida que hay dentro de ellos es algo mágico, porque de alguna manera se convierten en lugares totalmente diferentes que los que observamos de día.

Nunca me dejó de sorprender la cantidad de fauna que hace uso de estos espacios, pues además de los animales con los que compartimos refugio esa noche, también pudimos ver lechuzas, búhos, aguilillas, puercoespines, tejones, tlacuaches, martuchas, iguanas, geckos, salamandras, serpientes de cascabel, nauyacas, y un sinfín de insectos.

Todo esto nos invita a reflexionar sobre el papel que tienen las zonas arqueológicas, no únicamente por su valor histórico y cultural, sino también por el importante valor biológico que tienen por la gran riqueza de especies de flora y fauna que hacen uso de ellas.