Texto por: Sabine Cudney

 

En las estaciones biológicas alrededor del mundo, es común encontrar animales salvajes que por diversas razones han sido criados en cautiverio. Sin embargo, es importante reconocer que la crianza en cautiverio no es suficiente para modificar la conducta de un animal y considerarlo domestico. Jared Diamond en su libro Guns, germs and steel: the fates of human society, explica que si hoy en día un animal silvestre no ha sido domesticado es porque no cumplen con por lo menos una de varias características, entre las que se encuentra tener un comportamiento pasivo de manera natural. Este es el caso de un incidente que tuve con un coatí (Nasua nasua) macho que fue criado en cautiverio y que claramente no cumple con la característica de ser pasivo.

Llegué una noche a la estación biológica en la que vivía este coatí. Hacía ya seis años que no la visitaba, pero en general no había cambiado mucho. Mientras íbamos camino a la estación, poco antes de llegar, nos dijeron –¡Ah! Por cierto, tenemos dos inquilinos, un pecarí y un coatí. Al pecarí háblenle por su nombre “Cochi Cochi Cochi”, y no le pierdan de vista, que luego es traicionera y ataca por atrás cuando no la miras. Con el coatí, Benito, ándense siempre con un palo para espantarlo, porque gritarle no les va a servir de nada y ataca sin ser provocado–. Yo tomé la advertencia sin reparo y continué a instalarme en mi habitación en la cabaña de mujeres. A la Cochi nunca la vi, y a Benito sólo le vi la silueta saltarina mientras uno de los trabajadores de la estación lo ahuyentaba lejos de los cuartos. Estaba muy emocionada de regresar a la selva. Es extraño, pero el aullar de los saraguatos es un arrullo para mí.

A la mañana siguiente, las chicas empezaron a despertar y comenzó a haber movimiento en la cabaña. Yo seguía despabilándome lentamente, aún en pijama. De repente una de ellas gritó –¡El coatí se metió! ¡El coatí se metió!–. Y todas se encerraron en sus cuartos. El coatí andaba rondando por el pasillo que conecta los cuartos metiendo su naricilla curiosa entre las rendijas de las puertas. Para ese momento yo ya me había incorporado, y estábamos planeando salir todas juntas para espantarlo. Pero cuando menos me di cuenta, el pequeño inquilino ya estaba trepando por la pared que separaba mi cuarto del pasillo y de las otras habitaciones. Yo lo veía impávida, como si viera descender lava por la pared. Bajó a mi cama y se colocó frente a mi puerta, dejándome sin “Ruta de Evacuación”. Me peló los dientes y, sin pensarlo dos veces, me trepé por la pared, siguiendo la misma ruta que él tomó. Grave error. En la trepada mi carismático agresor me lanzó dos o tres mordidas al pie, rasgándolo con total facilidad. Logré terminar de subir y brincar al otro lado, salí cojeando y pidiendo auxilio a gritos por el pasillo.

Ya afuera de los cuartos, volteé hacia abajo y, al ver que dejaba un charco de sangre que crecía al instante sobre el piso, se me bajó la presión. No quería mirar mi pie, se veía todo lo que se supone no debería verse, no sabía qué hacer. El pasillo de los cuartos me recordó la escena del elevador de la película “El resplandor”, a cada paso que daba se formaba un nuevo charco de sangre. Sólo me quedaba claro que nunca me había lastimado de ese modo, que estaba muy nerviosa y que debía tranquilizarme. Así que me acosté y recargué mi pie en la pared para mantenerlo en lo alto. Recordé esto de un curso de primeros auxilios que tomé, sabía que tenía que elevar la pierna para reducir la hemorragia que no se detenía. En algún momento que desconozco, alguien sacó a Benito y recibí ayuda. Una de las voluntarias insistía en echarme alcohol en la herida y ponerme un torniquete, pero afortunadamente alguien la convenció de no hacerlo. Después conversé con mi profesor de primeros auxilios y me hizo hincapié que un torniquete se aplica únicamente como última opción porque, en una extremidad herida como la mía, se debe aplicar presión y luego dejar de aplicarla a tiempos adecuados. Cuando esto no se hace se puede provocar gangrena ya que no hay circulación sanguínea y llegar a perder la extremidad. Uno de los trabajadores sacó unas vendas, me envolvió el pie, y entre dos personas me cargaron hacia el muelle, aún con la pierna en alto y en pijama.

De aquí empezó la peregrinación buscando un centro de salud. Cruzamos el río en la lanchita y nos subimos a la camioneta. Yo me contorsionaba para poder entrar en la camioneta con la pierna levantada. Además de todo, era domingo de mundial, del inolvidable partido México-Holanda (no fue penal) y en el pueblo más cercano no había nadie que me atendiera. Entonces fuimos a la casa de un conocido que tenía “habilidades de médico” y dijo que sí me podía atender, pero que no tenía anestesia. Ni pensarlo, dijimos. Vámonos a seguir buscando. Llegamos con los militares, y nada. Nos dieron evasivas diciendo que no podían atenderme, pero nunca aclararon realmente el porqué. Fue difícil competir por atención con un partido inminente. Decidimos seguir al siguiente pueblo, 45 minutos más adelante por la carretera llena de baches y deslaves hasta el siguiente ejido que contaba con atención médica. En el centro de salud me quitaron los vendajes que ya se habían pegado a la herida y sentí un dolor diferente, como si pasara electricidad por mi pie. La enfermera nunca me explicó nada, sólo me picoteaba y presionaba las heridas con un dedo con considerable fuerza, y finalmente dijo que no me podía atender. Así que nos seguimos hasta llegar a Pico de Oro, la cabecera municipal. Luego de dos horas de camino y de estar tocando puertas, finalmente encontramos alguien que me atendiera.

Aquí sí lloré. Yo creo que, en su momento, la adrenalina me había mantenido relativamente calmada y pasiva en cuanto al dolor, pero las inyecciones de antibiótico, anestesia y rabia directamente en la herida me agarraron en curva. No pude evitar dar de alaridos con cada entrar y salir de las agujas. Como era una mordida, me explicaron que no me podían poner puntadas porque se puede infectar, pero como no podían dejar el músculo expuesto, sólo lo colocaron en su lugar con tres puntadas, más unos vendoletes. Una vez que la hemorragia estuvo controlada, emprendimos el viaje de regreso a la estación escuchando el partido narrado en la radio guatemalteca con su respectivo “Chicharrones Señorial y una tonadita chiflada“ en cada saque de banda.

Me quedé dos días más en la estación sin bajar la pierna más allá de mi cintura porque me dijeron que si volvía a salir la sangre podía reventar los puntos. Tenía que mantenerme en reposo mientras cambiaban mi boleto de avión para regresar a mi casa en la Ciudad de México y la gente de la estación organizaba mi salida.  Como hay un teléfono satelital en la estación, sólo le informé de lo sucedido a mi papá y le dije que le avisara a los demás miembros de mi familia. Para cuando el mensaje llegó a uno de mis tíos, la historia ya estaba en que “¡a Sabine la mordió un cuate! ¡Está gravísima!”, –¡¿Pues, qué cuates tienes?!– me dice cuando lo vi a mi regreso a la Ciudad de México.

En la estación la gente fue muy linda conmigo. Lo agradezco infinitamente. Me movían en carretilla y me cargaron a todos lados, incluso me llevaron a un paseo nocturno y a dar una charla en el ejido cruzando el río. Ya en la Ciudad de México me revisó otro doctor y me dijo que había perdido un nervio y parte de un tendón, me explicó que por eso sentía como electricidad recorriéndome por la herida y el pie. Debo admitir que me dio tristeza ver mi cuerpo tan frágil y roto, pero hay que tomarse estas cosas con cierta ligereza y con toda la paciencia que uno pueda darse: son experiencias, aventuras al final de todo. En su momento puede ser muy impactante, pero con el tiempo estas experiencias se vuelven recuerdos preciados.

 

Pero me parece importante extraer una moraleja de una experiencia así. Por ejemplo, tenemos que recordar que, al trabajar en el campo, existen mil y un maneras en las que podríamos accidentarnos. Este caso fue algo inusual pero otros accidentes como las caídas, son más comunes. Hablando con el Dr. Poblete, la persona que me enseñó primeros auxilios, analizamos los hechos y pensamos en cómo se pudo haber actuado de manera más adecuada. En condiciones urbanas, el primer paso hubiera sido llamar a la ambulancia, pero ya que se trataba de un lugar con pocas vías de comunicación y de difícil acceso, uno debe ser el primero en reaccionar. Me recomendó que, a cada lugar a donde vayamos al campo deberíamos de ubicar los centros de atención médica más cercanos y, de ser posible, obtener su teléfono de urgencias. Esto agiliza mucho más la atención, ya que hay que buscar cuál es el más cercano al lugar del suceso, si es que es necesario mandar una ambulancia o llevar al herido al centro de atención. Cuando hay un accidente, es crucial mantener la calma para que la situación pueda resolverse del mejor modo. No dejen que el dolor los haga actuar impulsivamente: el suceso ya es suficientemente terrible por sí solo, no hay que “echarle más crema a los tacos”.

Para tratar la hemorragia, también hubiera podido aplicar presión directa a la herida, pero no fue necesario ya que fue suficiente con elevar la pierna para controlarla. Hay que reconocer que la sangre es muy escandalosa y puede aparentar que una herida se vea más grave de lo que es, sobre todo, si se trata de partes del cuerpo que sangran con mayor facilidad como la cara, los pies o las manos. El Dr. Poblete reiteró que el famoso torniquete debe ser la última opción porque podemos ocasionar más daño que el que pretendemos reparar. También, la desinfección de la herida debe tratarse una vez que la hemorragia se encuentra controlada, para asegurar que no haya otras complicaciones que pongan en riesgo a la persona.

El Dr. Poblete también recomendó que toda estación biológica debería tener su propio botiquín de primeros auxilios. Pero, mencionó que ya que somos biólogos de campo y muchas veces podemos estar lejos de la estación, es obligatorio que cada quién cargue el propio. Dijo que cada botiquín debe contener por lo menos guantes de látex, vendas, gasas, agua oxigenada, yodo, suero o solución salina y, si es posible, equipo para suturar. A mi me gustaría agregar a la lista del botiquín de campo agua y algún alimento con azúcar. Según el Dr. Vance en On Call in the Wild, una ligera deshidratación puede ocasionar dolores de cabeza, pero también puede conllevar a pérdida de presión de manera dramática si se tata de una deshidratación grave. Asimismo, un alimento azucarado ayuda en casos de pérdida de presión, desmayo y, no menos importante, a relajar al paciente.

Según Sigala y Esparza en su libro Distribución de Serpientes de Cascabel en México “todo México es territorio cascabel”, y en diversas zonas tenemos nauyacas y coralillos. Aunque, en general, estas serpientes no atacan sin provocación, es común que se mimeticen o se escondan en los lugares donde solemos trabajar, por lo que podríamos agredirlas por accidente. En su artículo Vance dice que las mordeduras de serpiente matan a 100 000 personas al año a nivel mundial, por lo que no es mala idea cargar con un extractor de veneno, y sueros anti-viperinos con por lo menos dos agujas para administrarlos.

Finalmente, se recomienda ampliamente tener un plan de acción previamente diseñado para todo tipo de situaciones de riesgo a las que podamos exponernos. Hardy recomienda tener un plan de acción previamente diseñado e implementado adecuadamente con toda seguridad mejora el resultado del incidente. Asimismo, recalca que el uso de radio o teléfono será invaluable en estas situaciones. Así que debemos asegurarnos siempre de que éstos se encuentren cargados. Recordemos que en durante nuestras actividades en el campo los accidentes son impredecibles pero pueden ser prevenibles, por lo que la información y la precaución serán nuestros mejores aliados.