Ahora que las aguas comenzaron a ceder, y que se intenta llegar a un cálculo más preciso de los daños y de las víctimas, una cosa queda clara…
La inundación provocada por el huracán Harvey es un fenómeno con una escala totalmente diferente a la que se había visto hasta ahora en Estados Unidos, de acuerdo con un artículo publicado en The Washington Post por Jason Samenow, meteorólogo en jefe de Capital Weather Gang y especialista en ciencias de la atmósfera.
En los medios (noticiosos y sociales), se agotaron los adjetivos para describir la devastación de Harvey dentro del estado de Texas, donde –solamente en el área de Houston– arrojó más de 102 centímetros de lluvia.
Como resultado, entre otros lugares, 70 por ciento del condado Harris, que contiene a esa ciudad, en un momento dado fue cubierto por 50 centímetros de agua.
A los residentes de la Ciudad de México, con zonas donde el agua de las tormentas –ya no tan ocasionalmente– provoca inundaciones de más de un metro, esto podría no parecer mucho…
Pero, en el caso de Harvey se trató de medio metro de agua que cubrió ininterrumpidamente un área mayor de dos mil kilómetros cuadrados; más grande que la que ocupa toda la Ciudad de México (el ex Distrito Federal).
Aunque la tragedia tal vez no se compare con las más de mil 245 muertes producidas por el huracán Katrina y sus inundaciones –sobre todo en Louisiana–, exactamente hace doce años, el huracán Harvey ha sido responsable de más de 34 mil personas refugiadas en albergues, la destrucción total de casi siete mil hogares, y de cuando menos 40 vidas humanas… y la cantidad, lamentablemente, continúa aumentando.
Un análisis de sus consecuencias, realizado recientemente por el Centro de Ciencia Espacial e Ingeniería de la Universidad de Wisconsin, y dirigido por Shane Hubbard, determinó que Harvey ha provocado una inundación que sólo se ve una vez en mil años.
Esta categoría significa que la posibilidad de que una inundación así se produzca en un año cualquiera es de 0.1 por ciento; o bien, que existe la probabilidad de 99.99 por ciento de que no ocurriera jamás.
Aunque no se trata de una evaluación cualitativa, como ésta es la primera vez que se registra un fenómeno de tal magnitud, por la extensión que abarcó, el propio concepto de “una en mil años” ha recibido críticas de académicos y expertos en inundaciones.
Estos científicos argumentan que, en general, los registros sobre tormentas e inundaciones no tienen más de cien años. Además, debido a que el clima está cambiando, y las precipitaciones se han vuelto más intensas en las últimas décadas, probablemente será necesario modificar los estándares de intensidad y frecuencia.
Con todo, un punto importante que reconoció Shane Hubbard fue que el patrón de lluvias catastróficas observado en los años recientes podría ser el anuncio de más fenómenos similares en las próximas décadas.
Y lo mismo expresó David Titley, profesor de meteorología de la Universidad Estatal de Pensilvania, quien recientemente tuiteó que en cinco, diez o 15 años, podría romperse nuevamente el récord de la inundación traída por Harvey.
Pero, ¿tiene algo que ver Harvey con el cambio climático?
Los expertos en clima, meteorología y ciencias de la atmósfera ya esperaban que Harvey representara un peligro, no solamente por su categoría IV, capaz de vientos mayores de 200 kilómetros por hora, y un fortísimo oleaje.
También calculaban la posibilidad de que se mantuviera estacionado en las costas tejanas, descargando toneladas de lluvia sobre una misma zona.
De acuerdo con Phil Klotzbach, experto en huracanes en la Universidad Estatal de Colorado, la principal razón por la que Harvey estableció constantes récords de lluvia fue que, desde que tocó tierra, permaneció estancado en una zona limitada, a una velocidad promedio de apenas 4.8 kilómetros por hora, porque tenía un sistema de alta presión a cada lado.
Aun así, la mayor preocupación era que los modelos indicaban que el huracán haría caer lluvias torrenciales sobre Houston, no sólo por las peculiares condiciones atmosféricas de esta temporada de ciclones, sino también debido a la gran cantidad de humedad que había recogido en el Golfo de México.
Todavía se debate la relación directa entre los huracanes y el cambio climático, que se ha estudiado principalmente desde la llegada de Katrina, porque es muy difícil especificar el papel particular del calentamiento global en cualquier tormenta individual, que son fenómenos muy complejos, en los que participan muchos factores.
Actualmente, por medio de los modelos climáticos y los registros de observaciones, los científicos han conseguido detectar con claridad las huellas del cambio climático en otros fenómenos de condiciones extremas, como ondas de calor o tormentas de nieve. No obstante, cuando se trata de ciclones, esos factores no se conocen con precisión.
En consecuencia, la ciencia que puede conectar ambos fenómenos apenas se está desarrollando, y sus estadísticas aún son incipientes.
“Se necesitará cuando menos una década de datos continuos para comprobar los efectos del calentamiento global” en los huracanes, según refirió David K. Adams, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México (CCA-UNAM), al diario La Jornada.
En lo que sí coinciden los modelos computarizados es que, aunque es posible que en los próximos años y décadas se reduzca la cantidad promedio de ciclones, probablemente tendremos huracanes más intensos, acompañados de lluvia extrema.
De hecho, en las últimas décadas se ha observado un aumento en el promedio de los fenómenos de precipitación, y varios de ellos pueden relacionarse con el cambio climático.
Tan sólo la misma ciudad de Houston ya ha sufrido otras dos tormentas devastadoras en un periodo de apenas tres años; las anteriores fueron en mayo de 2015 y abril de 2016.
De manera similar, en septiembre de 2013, el estado de Colorado fue golpeado por tormentas severas, que duraron ocho días, y provocaron cuando menos nueve defunciones, casi dos mil evacuaciones y daños en 900 hogares.
Pardeep Pall, y colegas del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, publicaron en julio una investigación de aquel fenómeno.
Con un modelo matemático, que les permitió analizar el problema con mayor detalle, dividieron toda el área en bloques de 12 kilómetros.
El equipo ensayó el modelo en dos versiones: una basada en condiciones actuales realistas, que tomaban en cuenta los cambios atmosféricos inducidos por las actividades humanas y el cambio climático asociado.
La segunda versión eliminaba los elementos del cambio climático atribuible a las actividades humanas.
A partir de ambos modelos, los investigadores observaron que la influencia humana incrementó en 30 por ciento la magnitud de la tormenta. Este incremento fue, en parte, resultado de una atmósfera más cálida, que tiene mayor capacidad para retener el agua.
Pero parte de la complejidad de una tormenta consiste en que cada uno de sus elementos se potencian. Así, la mayor cantidad de lluvia arrastraba más aire húmedo a la tormenta, pues el aire sube cuando llueve, lo que producía más lluvia, y arrastraba más aire… como en un círculo vicioso.
En un contexto más local, un informe reciente, realizado por 13 dependencias federales de Estados Unidos, como parte de la Evaluación del Clima Nacional, encontró que, con el aumento de temperaturas, en mar y tierra, tanto la teoría como los modelos computarizados sugieren un incremento en la intensidad de las tormentas, por lo que es posible una mayor cantidad de tormentas intensas.
La autora de este informe, Katharine Hayhoe, científica del clima en la Universidad Tecnológica de Texas, indicó al diario The New York Times que incluso cuando puedan presentarse menos tormentas tropicales y huracanes, éstos pueden obtener más energía del agua templada de los océanos, por lo que el aumento de temperatura en los mares puede intensificar una tormenta preexistente.
Esto puede aplicarse al caso actual: Si bien el Golfo de México siempre está más cálido en esta época del año, su temperatura promedio ha aumentado en las décadas recientes.
Al elevarse su temperatura, desprende más humedad hacia la atmósfera, que al ser absorbida por Harvey le sirvió como “combustible”, y lo fortaleció.
Asimismo, mayor humedad en la atmósfera significa un aumento en la cantidad e intensidad de la lluvia que llevan los huracanes y otras tormentas.
Y, aunque generalmente la población piensa que el mayor riesgo de los huracanes es la fuerza de sus vientos y las marejadas que los acompañan, pueden convertirse en un problema mayor las inundaciones de agua de lluvia, o agua dulce.
Claro que eso no le resta peligro al oleaje y las marejadas ciclónicas, que son inundaciones costeras generalmente asociadas con los ciclones tropicales.
Para Andrew Dessler, profesor de ciencias atmosféricas en la Universidad A&M de Texas, una conexión entre las tormentas tropicales y el cambio climático es que el aumento del nivel del mar, producto del calentamiento global, también puede empeorar las marejadas ciclónicas.
Cuando el mar «crece»…
Cuando las marejadas ciclónicas se combinan con marea alta y, en muchos casos, con el oleaje, producen un nivel del mar “extremo”, que actualmente coloca en situación vulnerable a cerca de 310 millones de personas que viven a bajas elevaciones, en zonas costeras del planeta.
Una investigación internacional, coordinada por Thomas Wahl, de la Universidad de Florida Central, calculó que el mar podría alcanzar niveles extremos con mayor frecuencia de lo que se pensaba, debido al aumento general del nivel del mar y a la exacerbación de algunos fenómenos meteorológicos.
El mayor problema, según este estudio, es que cuando un fenómeno meteorológico severo se produce en mares cuyo nivel aumenta continuamente, una tormenta más ligera, como un huracán categoría I, puede infligir en la costa el mismo daño que provocan huracanes categorías II o III cuando el nivel del mar es más bajo.
En consecuencia, el estudio sugiere que, en muchos lugares, lo que en la actualidad se considera un acontecimiento catastrófico que sólo se registra cada cien años, hacia 2050 podría ocurrir, estadísticamente, cada diez años, e incluso una vez al año.
Todo lo anterior, desde luego, no implica que los científicos aseguren que Harvey, o cualquier otro fenómeno ciclónico, sean causados por el cambio climático, pero sí que es muy probable que puedan ser afectados por éste.
Está claro que el aumento de las temperaturas globales, además de derretir los hielos polares, calienta los océanos, lo que evapora más agua hacia la atmósfera.
El vapor de agua en la atmósfera contribuye con el aumento mundial de lluvias extremas. Pero, además, como explica Jim Kossin, de la Universidad de Wisconsin-Madison, el calentamiento también eleva la diferencia de temperatura entre las diferentes capas de la atmósfera, lo que puede favorecer que una tormenta, o ciclón, se intensifiquen más en menos tiempo.
Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)
(*Actualizado al 4 de septiembre 2017)
Fuentes:
University of Central Florida. «Extreme coastal sea levels more likely to occur, new data, advanced modeling techniques suggest.» (ScienceDaily, 7 July 2017).
“Hindcasting” Study Investigates the Extreme 2013 Colorado Flood. (The Lawrence Berkeley National Laboratory).
Información adicional:
What’s Causing Tropical Storm Harvey’s ‘Unprecedented’ Rainfall? (Live Science)
Did Climate Change Intensify Harvey’s Catastrophic Effects? (Live Science)
Read the Draft of the Climate Change Report (The New York Times)
Harvey should be the turning point in fighting climate change (The Washington Post)
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