La existencia del libre albedrío fue, hasta el siglo pasado, una cuestión principalmente filosófica, pese a sus repercusiones en los sistemas jurídicos y religiosos. Una incógnita tan inalcanzable, que el propio Immanuel Kant habló de ella como uno de los misterios incognoscibles para la mente humana.
Sin embargo, hace ya varias décadas que la ciencia ingresó en esta controversia, principalmente a partir de dos vías: la física y las neurociencias.
La primera presenta dos escenarios. El más conocido parte de las leyes de la mecánica clásica de Isaac Newton, que sugieren que vivimos en un Universo determinista, donde cada causa crea un efecto necesario. En ese caso, no pueden existir decisiones absolutamente “libres”, pues todas ellas están determinadas por las acciones que las precedieron. El escenario alterno se relaciona con la física cuántica, que dicta que el comportamiento de las partículas subatómicas es, en esencia, impredecible, lo que permitiría la posibilidad de que nuestra voluntad fuera resultado de la aleatoriedad de dichas partículas subatómicas en el cerebro. No obstante, que las partículas sean impredecibles no significa necesariamente que el universo cuántico sea no determinista, pero ese es otro debate.
Las neurociencias, que por principio buscan las relaciones causales (o cuando menos las correlaciones) entre el cerebro y los actos conscientes o inconscientes, comenzaron a cuestionar la naturaleza (real o ilusoria) del libre albedrío desde la década de 1970, cuando una serie de experimentos, realizados por Benjamin Libet, entonces en la Universidad de California en San Francisco, revelaron que la región del cerebro que planea y ejecuta los movimientos, llamada corteza motora, se activa antes de que una persona tome la decisión de presionar un botón, lo que sugiere que esa parte del cerebro decide, antes de que el individuo haya tomado conscientemente una decisión.
Hace tres años, Itzhak Fried, Roy Mukamel y Gabriel Kreiman, de las universidades de California y Harvard, aprovecharon la colocación de electrodos en pacientes con epilepsia con igual propósito: averiguar cómo genera el cerebro una acción voluntaria. Tras implantar los electrodos en los 12 voluntarios, les pidieron que miraran una mano girando sobre un círculo, y oprimieran un botón a voluntad, indicando en qué posición estaba la mano en el momento en que ellos decidieron presionar el botón.
Las neuronas observadas se localizaban en una región del lóbulo frontal, llamada área motora suplementaria, que participa en la planificación de movimientos. Pero lo interesante fue que cerca de un cuarto de estas neuronas comenzaba a cambiar su actividad hasta un segundo y medio antes del momento en el que los pacientes afirmaban sentir la urgencia de presionar el botón. Esto permitió a los investigadores predecir, con 80 por ciento de exactitud, en qué momento se tomaría la decisión para que sucediera el movimiento.
En fecha más reciente, Jesse Bengson, investigador de la Universidad de California en Davis, usó electroencefalografía para medir las ondas cerebrales de 19 estudiantes universitarios, mientras éstos veían una pantalla y tomaban decisiones fortuitas sobre si mirar a la derecha o a la izquierda, cada vez que una clave aparecía sobre la pantalla, y luego informaban sobre su decisión. Ya que la clave aparecía con intervalos inciertos, los voluntarios no podían prepararse, consciente ni inconscientemente, para su aparición.
Cada vez que los participantes tomaban una decisión, ésta se señalaba en la forma de una onda de actividad eléctrica característica, que se extendía por regiones específicas del cerebro. Pero, extrañamente, otro tipo de actividad eléctrica, surgida de la parte posterior de la cabeza, permitió predecir la decisión de los voluntarios hasta 800 milisegundos antes de que surgiera la señal característica de la decisión consciente.
Esa actividad cerebral precursora no era precisamente una señal clara; más bien, se trataba del ruido que forma parte de la actividad eléctrica común en el cerebro.
El propio Bengson explicó, en una nota de la UC Davis, que “el cerebro tiene un nivel normal de ruido de fondo, conforme fluctúan los patrones de actividad eléctrica a lo largo de éste”. De hecho, los neurocientíficos suelen considerar este ruido como algo sin sentido, y generalmente lo eliminan de sus datos cuando intentan detectar una respuesta cerebral para una tarea específica.
Por el contrario, en el estudio, el resultado probable de cada decisión podía predecirse a partir de ese patrón de actividad cerebral, inmediatamente antes de que se tomara la decisión. Bengson lo interpretó como que ciertas señales ocultas en el ruido de fondo del cerebro parecían determinar las decisiones conscientes de los voluntarios, antes de que éstos tomaran conscientemente tales decisiones. “El estado del cerebro, justo antes de que apareciera la clave, determina si (el voluntario) voltearía hacia la izquierda o hacia la derecha”, señaló.
De acuerdo con el neurocientífico, a diferencia del experimento de Libet, el suyo demuestra que el “ruido de fondo” en realidad podría “crear un espacio para el libre albedrío”, pues introduce un efecto aleatorio que nos permite liberarnos del fenómeno lineal de causa y efecto.
Pero, ¿qué clase de espacio? y, sobre todo, ¿qué clase de libre albedrío?
El mismo Bengson da una pista, cuando comenta que este ruido de fondo podría permitirnos responder de manera creativa a situaciones novedosas, e incluso dar a la conducta humana la sensación de libre albedrío («flavor of free will»)… No obstante, tener la sensación (o el “gustillo”) del libre albedrío no es lo mismo que tener libre albedrío.
Por lo demás, sus resultados no implican nada en cuanto a la naturaleza del libre albedrío. Entrevistado por la columnista Tia Ghose, de LiveScience, el neurocientífico Rick Addante, de la Universidad de Texas, opinó que, en principio, este estudio “no confirma ni descarta” la existencia del libre albedrío.
Sin embargo, reconoce que el hecho de que se produzca algo más, antes de que seamos conscientes de ello (es decir, si ciertas señales ocultas en el ruido de fondo del cerebro parecen determinar las decisiones conscientes), esto cuestiona el grado de nuestro libre albedrío… y genera un buen grado de determinismo.
Con todo, es posible que el principal obstáculo para el libre albedrío no sea forzosamente el determinismo científico. Hilary Bok, filósofa de la Universidad Johns Hopkins, ha referido con anterioridad que los científicos malinterpretan la cuestión del libre albedrío. En su opinión, éste consiste en ser capaz de tomar una decisión razonada entre varias alternativas, al margen de hábitos o motivaciones. Con esta definición, “el argumento de que una persona elige sus actos no entra en conflicto con el argumento de que los causan algunos procesos o estados neuronales; simplemente lo redescribe”.
No es entonces la causalidad en sí, sino sus implicaciones, lo que pone en riesgo la posibilidad misma del libre albedrío. Como señala Tania Lombrozo, psicóloga de la Universidad de California en Berkeley, el problema con el determinismo científico es que “descarta nuestras explicaciones comunes para la conducta, en términos de las intenciones, creencias y deseos de las personas”, no solamente reemplazando el vocabulario mentalista (o psicologista, dirían otros) por términos neurofisiológicos, sino eliminando al yo como agente.
O, tal vez el conflicto surge de una mala interpretación del yo como algo separado del cerebro, una interesante solución propuesta por el neurocientífico Mark Hallett, de los Institutos Nacionales de Salud estadunidenses.
Ante todo, no hay que perder de vista que las investigaciones referidas observaron actos bastante básicos, que no se colocan en la misma categoría del libre albedrío que ejercemos al tomar decisiones éticas, o trascendentales, para nuestra vida. Por supuesto, también es posible que tomar una decisión libre sea un proceso gradual, además de no lineal. En este sentido, nuestra respuesta podría ser el resultado final de muchos procesos simultáneos, en los que se evalúan las opciones disponibles, y cuya decisión última se toma antes de que seamos conscientes de ello.
Verónica Guerrero
Información adicional:
Measuring Brain Noise (video)
Seeking Free Will in Our Brains: A Debate
Understanding the Physiology of Volition: What is free about… (video)
Chronicles of Higher Education
The End of (Discussing) Free Will
Free Will Is an Illusion, but You’re Still Responsible for Your Actions
Imagen: Two roads diverged in a wood, by Aia Fernandez (Cortesía de flickr con Licencia Creative Commons)
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