El pasado 22 de abril se “celebró” el Día de la Tierra y el próximo 5 de junio será el turno del Día del Ambiente. Pero, al margen de las celebraciones, en el curso de los últimos dos meses, nos enteramos de que…
Murió el último rinoceronte blanco del norte de África
Sudán fue el último rinoceronte blanco nacido en libertad, aunque capturado muy joven, en 1975. Su muerte deja solamente dos ejemplares vivos de la subespecie de rinocerontes blancos del norte, las hembras Najin (su hija) y Fatu (hija de Najin).
El aumento en la temperatura provoca fracturas en el hielo de Groenlandia
Esas fracturas forman redes interconectadas, por donde se drenan los lagos que suelen producirse durante el descongelamiento veraniego, en una especie de “reacción en cadena”. Conforme aumenta la temperatura, la red de fracturas se vuelve más extensa y vacía cada vez más agua en el océano.
La basura plástica, que incluía docenas de bolsas de plástico, trozos de cuerda y un recipiente grande para agua, abarrotó su estómago e intestinos. Al no poder eliminar la enorme cantidad de plásticos que había tragado involuntariamente, la ballena desarrolló esta infección abdominal.
Evidencias tan contundentes como las anteriores deberían bastar para cambiar nuestra perspectiva hacia el cuidado de la naturaleza, entendida como el aire, agua, tierra… las condiciones para sostener la vida y la vida misma; en resumen, todo lo que hace que nuestro planeta sea único, cuando menos hasta hoy.
… Lamentablemente, no ha sido así.
¿Por qué no ha sido así?
Muchas investigaciones han intentado encontrar una explicación al desinterés, apatía o desprecio por el medio, que es el conjunto de circunstancias o condiciones exteriores a un ser vivo que influyen en su desarrollo, en sus actividades, en su futuro y en el de los demás seres vivos.
De una manera bastante general, es posible aislar tres tipos de factores que influyen en la ausencia de interés, ya no digamos de compromiso, frente a los riesgos que corre nuestro planeta, y que en la actualidad han sido mucho más estudiados, anunciados y difundidos que hace 48 años, cuando se conmemoró el primer Día de la Tierra, en 1970:
-Idiosincrasia y cultura, o cómo posturas culturales se transforman en actitudes individuales adversas al cuidado de la naturaleza.
-Obstáculos cognitivos, o la batalla cuesta arriba contra las ideas arraigadas, que producen hábitos arraigados, así como contra los alimentadores de mitos y de “información” falsa.
-El efecto de la economía, o la necesidad (percibida o real) de anteponer, a la preocupación por la naturaleza y el ambiente, la preocupación por asegurar la satisfacción de necesidades básicas (o no tan básicas).
Comencemos en este espacio por las cuestiones de idiosincrasia y cultura.
Desde hace ya varias décadas la educación se ha considerado un elemento central para desarrollar una preocupación por la naturaleza y el ambiente.
Por ejemplo, Kate Reed y colegas de University of Essex, en Gran Bretaña, investigaron el nivel de conciencia ambiental entre 43 universitarios varones de 18 a 24 años, orientándolo específicamente a su preocupación por la “huella de carbono”, o la cantidad de carbono que se emite a la atmósfera durante la producción y transporte de los alimentos y la realización de las actividades diarias.
Como resultado, el grupo observó que la mayoría de los jóvenes, todos usuarios del gimnasio de la universidad, no consideraba que sus elecciones de comida produjeran un notorio impacto ecológico; ni siquiera cuando ésta se producía en lugares lejanos o fuera de temporada. Tampoco les importaba si el empaque contenía material excesivo, o poco ecológico.
Más que pensar que su dieta era un elemento que contribuía a aumentar su huella de carbono, los estudiantes se concentraron en actividades más “visibles”, como la de usar automóviles.
La autora concluyó que, entre (algunos) varones universitarios, existe muy poca conciencia del costo ambiental que tienen algunas actividades y alimentos. Es probable que su falta de conciencia se relacione con falta de información, o de educación ambiental.
En otro caso, un estudio efectuado por economistas ambientales de la Universidad de Heidelberg (Heidelberg, Universität) con dos mil ciudadanos alemanes, encontró que lo que lleva a las personas a contribuir voluntariamente contra el cambio climático está influido por el conocimiento que tienen sobre el tema.
En su estudio, dicho conocimiento no siempre era producto de hechos reales, pues a menudo se combinaba con suposiciones subjetivas. Sin embargo, un factor determinante fue su nivel de instrucción, o de educación.
Idiosincrasia y cultura
Aunque es preciso que todos reciban información verídica, y una verdadera educación ambiental, la realidad es que muchas personas que han tenido acceso a la información y a la educación no por ello se preocupan, ni mucho menos actúan, en favor de nuestro planeta y sus riquezas naturales.
Con la intención de averiguar por qué, en tales casos, no basta con información y educación para modificar sus actitudes hacia la protección y conservación de la naturaleza, otros estudios han encontrado razones sorprendentes que fundamentan la resistencia a asumir esos compromisos.
En una de esas investigaciones, Aaron Brough, y colegas de Utah State University, descubrieron que algunos hombres pueden rechazar las actitudes ecológicas porque temen que éstas los señalen como “poco masculinos”, e incluso como “femeninos”.
Cuando menos los investigadores observaron esta respuesta a lo largo de siete experimentos realizados con más de dos mil voluntarios estadounidenses y chinos.
Los experimentos consistieron en una serie de descripciones acerca de otras personas o sobre los mismos participantes, que atribuían un género a actividades como sustituir bolsas de plástico por bolsas reusables de tela, comprar productos ecológicos y, en general, a cualquier acción en favor del ambiente.
De esta forma, encontraron una asociación psicológica entre la propensión a cuidar el ambiente y la percepción de que eso es una actitud “femenina”; debido a este “estereotipo ecologista-femenino”, tanto hombres como mujeres juzgaban que los productos, conductas y estilo de consumo ecológicos era más femenino.
Puesto que los hombres que se sentían más cómodos con las actitudes ecológicas tenían más confianza en su hombría, los autores sugieren que esta resistencia podría ser superada si se diseñaran mensajes y materiales que reafirmen la masculinidad, para ayudarlos a superar su miedo a ser considerados femeninos.
Utilizo a propósito el término “género” en lugar de “sexo biológico”, pues esta propensión a asociar una identidad de género con actitudes sociales, e incluso mercantiles, es una construcción cultural.
La cultura de cada grupo lo permea todo en ese grupo; se transmite de generación en generación e influye en nuestros conceptos, creencias, estilos de vida y actitudes frente al mundo.
Pero, aunque la cultura grupal, familiar y nacional es definitivamente relevante, la globalización de los medios digitales la ha impregnado con las tendencias culturales preminentes, que son las de los países “occidentales” desarrollados, como Estados Unidos.
Esa cultura, exportada a nivel mundial, individualista y orientada al consumo, suele entrar en pugna con actitudes más frugales, o más “amigables” con el ambiente. Esto se ha reflejado en algunos estudios sobre las diferencias en el nivel de preocupación por el ambiente entre ciudadanos estadunidenses e inmigrantes latinoamericanos.
En 2000, el grupo de P. Wesley Schultz, de California State University, observó que los latinoamericanos más adaptados a la cultura estadounidense se mostraban menos preocupados por el ambiente que los latinoamericanos menos adaptados a esa cultura.
De manera similar, en 2010, un equipo en el que participaron Victor M. Parada Daza y colegas de la Universidad de Santiago de Chile, encontraron que los estudiantes chilenos de administración y negocios eran más altruistas y sentían más la presión de sus iguales para tener una conducta favorable al ambiente, que los estudiantes de la misma carrera en Estados Unidos.
Asimismo, los chilenos reflejaron mayor conciencia acerca de los problemas ambientales, un mayor sentido de obligación para proteger el ambiente y una mejor intención de comprometerse con conductas proambientales, en comparación con estudiantes estadunidenses de la misma carrera.
En su ensayo System Failure: Oil, Futurity, and the Anticipation of Disaster, Imre Szeman, investigador de la Universidad de Alberta, Canadá, afirmó que la principal suposición entre los científicos de que con el conocimiento viene el cambio de conducta, cuando menos en el uso de combustibles fósiles ha resultado ser ineficaz por la forma como se estructuran las discusiones sobre los temas ambientales.
De acuerdo con Szeman, el uso de gasolina se ha convertido en un elemento cultural muy arraigado y, en consecuencia, cualquier solución tendría que adoptar una forma cultural, y no sólo partir de la tecnología o de la infraestructura.
Este investigador ha detectado tres narrativas sociales que esgrimen las personas para evitar actuar en congruencia con el conocimiento que tienen sobre los efectos en el ambiente del uso de combustibles fósiles:
–realismo estratégico, o la idea de que la producción petrolera es buena, porque apoya la seguridad económica;
–ecoapocalipsis, pese a tener el conocimiento, las personas se sienten incapaces de actuar en consecuencia. “Sabemos que consumir gasolina daña el ambiente; sabemos que debemos actuar de manera diferente, pero también sabemos que no podemos. Así que sólo intentamos no pensar en ello”, explica;
–utopianismo tecnológico, la creencia de que la tecnología resolverá los problemas ambientales que surjan por causa del uso de combustibles fósiles.
Otros autores, como Bob Johnson, historiador ambiental de National University, en La Jolla, California, sugieren que para que temas ambientales, como el del cambio climático, se conviertan en una forma de vida significativa tendrían que ingresar en nuestra vida a través de prácticas culturales y valores particulares que nos motiven a “levantarnos cada mañana y pensar sobre el futuro compartido”.
Esta habilidad de anticipar el futuro compartido se refleja en el cerebro, como encontraron científicos de la Université de Genéve, en Suiza, que recientemente observaron que las personas consideradas “egoístas” no usan un área del cerebro que nos permite imaginar el futuro distante, mientras que esta área se activa en los individuos “altruistas”.
Tal diferencia es central en asuntos como el del cambio climático, que podría no ser muy evidente en el corto y mediano plazos, pero que en un futuro modificará desde la temperatura, humedad, la flora y fauna y hasta la misma geografía de nuestras naciones.
Pero, incluso en nuestro cerebro, los conceptos y valores no están grabados al agua fuerte, por lo que los investigadores suizos proponen aplicar sus resultados para mejorar –por ejemplo, mediante ejercicios apoyados por realildad virtual– la habilidad de las personas para proyectarse hacia el futuro, y así aumentar su conciencia acerca de cuestiones como los efectos del cambio climático.
Otra educación
Es innegable que adultos, jóvenes y niños necesitan información y preparación, y que éstas son vitales para asegurar el futuro del planeta. Pero, como hemos visto, en ocasiones esto no es suficiente… o cuando menos no lo es como se maneja e imparte en la mayoría de los casos.
Algunas investigaciones que se han concentrado en métodos y sistemas educativos han obtenido buenos resultados al combinar la educación cognitiva con un elemento emocional, con el propósito, más allá de simplemente dar información, de también desarrollar un sentido de conexión con el mundo natural, lo que algunos llaman “identidad ambiental”.
Los especialistas han encontrado dos formas de conseguir esta conexión: el diseño de nuevas herramientas educativas, que aprovechan los medios digitales, y la inmersión real en la naturaleza.
Un ejemplo de lo primero es una investigación europea, dirigida por University of Plymouth, Inglaterra, en la que elaboraron un curso en línea para educadores y un concurso de video para estudiantes de varios países de Europa, ambos sobre el impacto de la basura en el mar y sus soluciones.
En sendos casos, observaron que, tras participar en las actividades, profesores y estudiantes comprendieron mejor el problema y percibieron con más claridad sus causas, sus consecuencias negativas y las soluciones. Pero, aún más importante, también modificaron sus actitudes y conductas individuales, reduciendo su producción de desechos.
La experimentación y el contacto con la naturaleza igualmente parecen ser vías importantes para forjar una identidad ambiental. En 2017, Catherine Broom, investigadora de University of British Columbia, Canadá, entrevistó a 50 universitarios de entre 18 y 25 años acerca de sus experiencias infantiles en entornos naturales, y sobre su aprecio actual por la naturaleza, lo que puede determinar la conciencia ambiental y la disposición a actuar en su favor.
De aquellos que habían jugado continuamente en espacios naturales cuando niños, 87 por ciento respondió que continuaba amando la naturaleza, y de éstos, 84 por ciento afirmó que cuidar el ambiente les parecía una prioridad.
Jonathan Baillie, científico en jefe de National Geographic Society, ha expresado que uno de los mayores obstáculos para el cuidado de la naturaleza es nuestra mentalidad; por ello, es necesario que las personas se conecten emocionalmente con el mundo natural, que comprendan cómo funciona y cuánto dependemos de él.
Agrega que, cuanto más nos preocupemos por la naturaleza, más la valoraremos y protegeremos, y será más probable que tomemos decisiones que aseguren el futuro de las especies y de los ecosistemas. Por la Tierra, todos los días.
Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)
Fuentes:
Reed K.E. (2017) Environmental Awareness and Concern of the “carbon Cost” of Activities and Food Choice in Male University Gym Users, with Particular Reference to Protein Consumption. In: Leal Filho W. (eds) Sustainable Development Research at Universities in the United Kingdom. World Sustainability Series. Springer, Cham
Szeman et al. System Failure: Oil, Futurity, and the Anticipation of Disaster. South Atlantic Quarterly, 2007; 106 (4): 805 DOI: 10.1215/00382876-2007-047
Información adicional:
Myth: Americans Don’t Care About the Environment
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How the Environment Has Changed Since the First Earth Day
Créditos imágenes:
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