La sociedad tecnologizada depende cada vez más de internet, por lo que no resulta demasiado extraño que esta facilidad de acceso a tan inmensa base de datos en línea afecte los procesos humanos de pensamiento que aplicamos para solucionar problemas, recordar información y aprender nuevos conocimientos.
De acuerdo con el ya desaparecido investigador Daniel M. Wegner, de la Universidad de Harvard, en cierto grado, todos delegamos algunas tareas mentales en otras personas. Cuando recibimos información nueva, automáticamente distribuimos las responsabilidades para recordar hechos y conceptos; por ejemplo, entre los miembros de nuestro grupo social. Así, recordamos algunas cosas, mientras que confiamos en que otros recordarán el resto. De esta forma, todos los tipos de conocimiento, desde el más trivial al más especializado, se distribuyen entre los miembros del grupo, que puede constar de dos, o de dos mil integrantes. Esto no sólo nos permite conocer la información que está almacenada en nuestra mente, sino también saber qué tipo de información deben recordar los demás integrantes, lo que amplía la capacidad de memoria del conjunto y evita duplicar el esfuerzo cognitivo, que puede aprovecharse para profundizar nuestro conocimiento en las áreas que nos corresponden. Wegner se refirió a este conocimiento colectivo como “sistema de memoria transactiva”.
Las investigaciones de Wegner, en colaboración con Betsy Sparrow, de la Universidad de Columbia, sugirieron también que actualmente tratamos el internet de manera muy semejante a uno de estos “socios de memoria”: descargamos recuerdos en la “nube” como lo haríamos con un amigo o familiar. Pero el uso de internet como una forma de “descarga cognitiva”, o la tendencia a depender físicamente de auxiliares como pluma, papel, o una calculadora, para reducir el esfuerzo mental (la carga cognitiva) al realizar una tarea, funciona de manera diferente a la de antiguos métodos de búsqueda; por ejemplo, preguntarle a un experto, o investigar en un libro. La razón es que internet “sabe” más, y puede reproducir la información con mayor rapidez. En opinión de este científico, el problema mayor no es que internet tome el lugar de otra persona como fuente de memoria externa, sino que también asuma el de nuestra propia capacidad cognitiva. Esto implica el riesgo de debilitar el impulso humano de inscribir en nuestro banco biológico de memoria los hechos importantes recién aprendidos. A esto llamó Wegner “el efecto Google”.
Un estudio, que su equipo publicó en 2011, en Science, encontró que un grupo de estudiantes universitarios recordaba menos información cuando los jóvenes sabían que podían tener un fácil acceso a esta información en su computadora. En uno de los experimentos, solicitaron a sus voluntarios que copiaran 40 datos en una computadora. A la mitad de los participantes se le dijo que su trabajo se guardaría en la computadora, y a los demás, que se borraría. No obstante, la mitad de cada grupo debía recordar la información. Como resultado, el equipo encontró que quienes creían que la computadora guardaría su lista de datos tuvo menos éxito para recordarlos. Prefirieron descargar la información en esa nube que almacenarla en su memoria individual, y esta tendencia persistió incluso en aquellos que debían recordar la información. Esto sugiere que la propensión a descargar la información en fuentes digitales es tan fuerte, que si las personas están en presencia de un dispositivo, a menudo son incapaces de memorizar los detalles en su mente.
De hecho, experimentos más recientes parecen reforzar la hipótesis de que esta propensión a realizar una “descarga cognitiva” crece conforme más se practica, convirtiendo el proceso de la memoria en algo que depende de agentes externos a nuestra mente.
Benjamin Storm, Sean Stone y Aaron Benjamin, de las universidades de California, en Santa Cruz, y de Illinois, investigaron las probabilidades de que algunas personas prefieran usar una computadora, o un teléfono inteligente, para responder preguntas triviales. Los investigadores formaron dos grupos de voluntarios, que debían responder preguntas elementales, aunque con cierto grado de dificultad; uno de los grupos tenía que depender exclusivamente de su memoria, y el otro podía recurrir a internet. Al terminar la primera ronda, ambos grupos tuvieron la opción de responder preguntas adicionales, más fáciles, utilizando el método de su preferencia.
Storm y su equipo observaron que los participantes que, durante la primera ronda habían empleado internet para conseguir la información, eran más proclives a regresar a los buscadores para responder las preguntas subsecuentes. En realidad, 30 por ciento de ellos ni siquiera intentó responder una sola pregunta sencilla de memoria. Esto sugiere, como señala Storm, que conforme más utilizamos internet para apoyar y ampliar nuestra memoria, más dependientes nos volvemos de esta herramienta.
Una posible explicación, que también se desprende de un estudio publicado en Consciousness and Cognition en diciembre de 2015 por un equipo dirigido por Evan Risko, psicólogo cognitivo de la Universidad de Waterloo, es que las personas también parecen estar menos dispuestas a depender de su propio conocimiento cuando tienen acceso a internet, un indicio de que nuestra conexión con la red afecta cómo pensamos. Risko piensa que el acceso a internet podría hacer que parezca menos aceptable decir que uno sabe algo y equivocarse, aunque también es posible que buscar en línea permita confirmar una respuesta, un proceso que funciona como recompensa para el cerebro.
En esa investigación, de un grupo de cien participantes que debían responder preguntas de conocimiento general, aquellos que podían usar internet cuando desconocían la respuesta tenían cinco por ciento más probabilidades de contestar que la ignoraban. Pero, además, en algunos contextos, las personas con acceso a internet indicaron sentirse menos seguros de sus conocimientos, en comparación con los voluntarios que no podían depender de esta herramienta.
En fecha reciente, Risko y Sam Gilbert, del University College London, revisaron varios estudios relacionados con la “descarga cognitiva”, y concluyeron que las personas generalmente adoptan esta conducta cuando piensan que es más eficaz que sus propias habilidades naturales. En su opinión, esta estrategia es necesaria para pensar y planificar cotidianamente, pues nuestras habilidades cognitivas tienen una capacidad limitada, y la “descarga cognitiva” nos permite rebasar esos límites cognitivos, brindándonos más confianza y permitiéndonos realizar cosas nuevas.
Sin embargo, reconocen que esto también puede tener consecuencias negativas, como una excesiva dependencia de las computadoras para guardar información que originalmente tendríamos que recordar naturalmente, lo que podría reducir ciertas habilidades de memoria. En un experimento realizado por Linda A. Henkel, de la Universidad Fairfield, durante una visita guiada a un museo, un grupo de visitantes fue instruido para observar algunos objetos y fotografiar otros. Los resultados indicaron que la posibilidad de tomar fotografías reducía la habilidad de los participantes para recordar los objetos que habían visto, así como los detalles específicos de esos objetos, excepto cuando fotografiaban acercamientos de partes específicas de algún objeto, lo que requería un mayor procesamiento cognitivo y de atención.
Aunque la revisión de Risko y Gilbert les permitió determinar que el uso que damos a una gran variedad de herramientas, como la pluma y el papel, el GPS o los teléfonos inteligentes, parten de principios similares, señalan que apenas comenzamos a comprender los efectos asociados con la capacidad de almacenamiento digital, pues aún no se cuenta con una investigación exhaustiva de las consecuencias cognitivas que podría tener en el largo plazo. Pero, ¿cuál podría ser el precio de depender de aparatos externos? Un aspecto que podría verse afectado por la dependencia de internet como recipiente de nuestra memoria es que el cerebro utiliza la información almacenada en la memoria de largo plazo para facilitar el pensamiento crítico. Necesitamos los recuerdos para comprender e interactuar con el mundo que nos rodea. Si dependemos totalmente de Google o Wikipedia para almacenar nuestro conocimiento personal, podríamos perder una parte importante de nuestra identidad.
Este fenómeno, advierte Nicholas Carr, en su libro The Shallows: What the Internet is doing to our brains (¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?), puede provocar que nuestro pensamiento se vuelva mucho más superficial. El autor, que se ha especializado en los posibles efectos de la tecnología, señala que en el pasado los seres humanos debíamos estar atentos a todo el entorno, para evitar amenazas. Ahora, el uso excesivo de internet interrumpe nuestra capacidad de atención y de concentración, convirtiéndonos en una especie en perpetuo estado de distracción e interrupción, lo que a su vez afecta la consolidación de la memoria de largo plazo.
Con todo, vale agregar que siempre ha existido cierto temor por el impacto que cada tecnología puede tener en la vida humana. En palabras del científico suizo Vaughan Bell, “cada generación imagina los peligrosos impactos de la tecnología en la mente y el cerebro”. Así, refiere que mientras el naturalista Conrad von Gessner, en el siglo XVI tenía preocupaciones similares por el posible daño mental debido a una sobrecarga de información como resultado de la producción masiva de libros después del perfeccionamiento de la prensa de tipos móviles, Malesherbes, estadista francés del siglo XVIII, censuraba la moda de recibir las noticias en periódicos impresos, argumentando que aislaba a los lectores de la sociedad.
Al margen de que, efectivamente, es necesario indagar mucho más acerca de cualquier posible relación entre la enorme dependencia de la información inmediata que representa internet y los posibles cambios en las habilidades cognitivas (principalmente juicio, memoria y atención), Bell no deja de tener cierta razón; después de todo, lo mismo ha sucedido una y otra vez, con el cine, la televisión, los aviones, y prácticamente con cualquier tecnología recién incorporada a nuestra sociedad.
Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)
Fuentes:
Risko EF, & Gilbert SJ (2016). Cognitive Offloading. Trends in cognitive sciences PMID: 27542527
Storm BC, Stone SM, & Benjamin AS (2016). Using the Internet to access information inflates future use of the Internet to access other information. Memory (Hove, England), 1-7 PMID: 27424847
Información adicional:
Here’s the truth about how the internet affects your brain