Texto por: Claudia Moreno Arzate
El trabajo de campo es parte fundamental del quehacer de muchos biólogos. Sin embargo, en muchas ocasiones en la carrera no nos enseñan aspectos básicos, como la supervivencia a climas extremos, el trabajo con las comunidades y, sobre todo, que trabajar en campo implica cambiar muchos de nuestros hábitos cotidianos. Como ejemplo, quisiera hablar de lo que me sucedió en el trabajo que realicé hace algunos años en el desierto sonorense.
El objetivo del trabajo fue capacitar a miembros de la guardia tradicional de la tribu Yaqui en el monitoreo de venado (en la región convergen las especies de venados Odocoileus virginianus y Odocoileus hemionus) para que pudieran estimar el número de individuos de la población y tomar decisiones adecuadas sobre su aprovechamiento. Para la tribu Yaqui, los venados, al igual que toda la flora y fauna de la Sierra del Bacatete, Sonora, son sagrados. Los venados mismos representan la unión entre hermanos y se busca que su aprovechamiento sea sustentable y lo menos destructivo que se pueda. Eso implica que cada vez que los miembros de la tribu sólo aprovechan algún elemento de la naturaleza, incluyendo venados, madera o alguna planta medicinal en la Sierra, cuando es realmente necesario y piden permiso, porque cada ser vivo sobre la tierra es valioso y merece respeto. Esta forma de relacionarse con la naturaleza, en comparación con la de sociedades más occidentalizadas, parecería relacionarse con el movimiento ecologista de décadas recientes, pero en realidad es una parte fundamental de los usos y costumbres ancestrales de la tribu.
El trabajo de campo en la región es complicad: las temperaturas pueden alcanzar los 47° C, que fue el máximo que se registró durante la salida de campo. En la salida utilicé la típica vestimenta de bióloga (botas, pantalones gruesos, manga larga y sombrero), mientras los yaquis usaban su ropa tradicional (ellas: bellas faldas y clusas bordadas, ellos: pantalón, camisa y sombrero, ambos con huaraches). Mientras ellos se deslizaban por el desierto con los huaraches, sin importar las espinas o el calor, mi bota fue travesada como mantequilla por una espina muy grande, recordándome a cada paso la importancia de estar atenta y observar con cuidado el movimiento de quienes se han adaptado a su vida en el desierto. En los recorridos por la Sierra, la sombra escaseaba, pero no así la fauna: vimos lagartijas, aves, venados y muchas huellas, la vida en el desierto se encontraba en todo su esplendor y nosotros podíamos apreciarlo.
Conforme me acostumbraba a los hábitos cotidianos de la tribu, que representaron distintos retos; las risas y aventuras no faltaron. El primer reto fue el acceso al agua, que en el desierto es muy escasa, especialmente la de consumo humano. Para poder obtener agua, los miembros de la guardia tradicional excavaron hace tiempo un hoyo profundo en un río seco, seco pero seco, y ahí, a más de metro y medio de profundidad, existe un pequeño cuerpo de agua. El hoyo está protegido por piedras y cubierto para que los animales y la tierra no lo sequen. Luego, con un recipiente pequeño y mucho cuidado sacan el agua, para llenar algunas cubetas. Así los miembros de la tribu tienen acceso al vital liquido y en esta ocasión también las biólogas invitadas tuvimos agua disponible durante nuestra estancia para hidratarnos y preparar los alimentos. En la extracción de agua pudimos observar que abejas y otros insectos llegaron apresurados a buscar un poco del vital recurso, pero no hubo quejas ni intento de espantarlos: para la tribu todos tienen derecho al agua. Una vez llenas las cubetas, el hoyo se cubrió para asegurar agua en otro momento… algo así como abrir una llave de agua, pero con una pala y mucho sol.
El siguiente reto fue la comida. Normalmente la comida por excelencia del biólogo son latas de atún y cualquier otra a comida capaz de estar mucho tiempo sin refrigerarse, porque en ocasiones es difícil hacerlo en los sitios remotos donde trabajamos. Esta comida tiene preservadores y envasados para que ni la lluvia ni el calor los dañe, pero allí estábamos con personas que cuidan su tierra, por lo que llevar materiales no reciclables no era opción. Sus palabras me hicieron eco: ¿Cómo es que nosotros, biólogos que trabajamos con la naturaleza, somos capaces de llevar basura a ella? En la Sierra del Bacatete no hay grandes recicladoras más que las que los propios ciclos biogeoquímicos son capaces de hacer. Por ejemplo, una lata de atún hecha con aluminio puede tardar hasta 10 años en degradarse, y ni hablemos de las botellas de plástico (PET) que necesitan cientos de años, o un tetrapak que dura aproximadamente 35 años antes de desaparecer. ¡Cuánta razón tienen! La tribu Yaqui, con su historia, encontró otra solución. Ellos buscan y preparan alimentos que sean capaces de aguantar el clima local, como la machaca (carne seca un poco molida), papas, cebollas, repollo o col, chiles secos, maíz, frijoles, calabazas, café y harina. Con esos ingredientes y un poco de sal, la comida en la sierra siempre fue deliciosa y un manjar al terminar el día casados y asoleados. Eso sí, tuvimos nuestro día de fiesta y comimos verduras frescas en una delicioso wacabaki, que es un caldo de costilla de res con verduras y garbanzo, deliciosamente acompañado de tortillas de harina recién hechas, todo cocido con el material más abundante en la región: la leña de mezquite.
Una vez que aseguramos la comida y el agua, lo siguiente fue salir a campo y hacer lo que nos había llevado a la región: buscar venados, aunque el proyecto también incluía pumas, jaguares y otros animales (sí, jaguares en el desierto, pero esa es otra historia). Un día de trabajo consistía en salir sin hora fija después del café, porque el tiempo funciona distinto. Ahí la hora del reloj deja de tener efecto, así que trabajábamos con la hora del taa´a (sol), y algo seguro es que en la sierra la percepción el tiempo cambia y el día dura lo que tiene durar. Hacíamos las actividades planeadas y al finalizarlas el día había terminado, sin importar que fuera antes o después de lo ideado. Sin reloj, sin prisas, pero con mucho trabajo: por eso era sumamente importante explicar con claridad el objetivo y las actividades antes de cualquier salida, ajustándonos a imprevistos y siempre disfrutando.
Pero regresemos a la razón de nuestro trabajo: los venados. Esta especie tiene una gran importancia para la cultura yaqui y es la estrella de la ahora famosa danza del venado. La danza tiene una profundidad cultural increíble y representa la hermandad entre el hermano humano y hermano venado, el sacrificio y el amor puro. En una sola danza, la tribu representa su pasado, presente y futuro, cómo estamos unidos a nuestro entorno y dependemos el uno del otro. Si bien es una danza que yo había disfrutado en otros contextos, escuchar la historia alrededor de una fogata y después ir a buscar a los venados, sintiendo todo ese respeto que tiene la tribu hacia ellos fue una experiencia simplemente única. Ahí comenzaba mi trabajo, junto con la experta en venados de México Sonia Gallina: enseñamos a los miembros de la tribu cómo realizar transectos, que son caminatas en línea recta de una distancia particular en los que se cuentan las excretas de venado o pellets, y cómo éstos al ser analizados representan una cantidad determinada de venados. También Sonia y yo les enseñamos como describir la estructura de la vegetación para que los yaquis lo relacionaran con la cantidad de venados, y al finalizar les dimos un pequeño manual para que lo tuvieran como referencia y lo replicaran cuantas veces quisieran.
A lo largo del tiempo que convivimos, considero que investigadores y yaquis aprendimos mucho de los venados al verlos desde el punto de vista del otro: ellos ahora ven a los pellets como una herramienta para cuidar de sus venados, mientras que nosotros ahora vemos el profundo significado y valor de cada venado. También algo maravilloso en esta experiencia fueron las risas y bromas constantes, si bien muchas veces yo no entendía porque la gente de la tribu hablaba en Jiak noki (yaqui). No obstante, nunca me sentí excluida, ya que sus risas eran sumamente contagiosas y al final casi siempre nos daban un pequeño resumen de las bromas y los acontecimientos importantes, con lo que nos enterábamos de las generalidades y el día continuaba, todos como un gran equipo con un objetivo.
El trabajo en las comunidades tiene sus retos y a la vez grandes enseñanzas: aprendemos a ver con otros ojos nuestro entorno y con cada viaje vienen nuevas reflexiones. En este trabajo de campo fui testigo del uso racional de los recursos naturales y el impacto de la decisión del consumo de determinados alimentos a nuestro entorno. A nivel mundial, se reconoce a México como un país con gran riqueza biocultural, y la Sierra del Bacatete y los Yaquis son un gran ejemplo de ello: la unión de esta sociedad y la diversidad del desierto hacen una cultura única que ha evolucionado a través de los siglos para convivir en un entorno extremo, que para otros sería hostil, pero para ellos es un lugar sagrado.