En 1992, más de mil 700 científicos del mundo, entre ellos los integrantes de la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados) y la mayoría de los investigadores laureados con el Premio Nobel en Ciencias de la época, firmaron una “Advertencia para la Humanidad”.

En aquel manifiesto, exhortaron a todos los humanos a que redujeran la destrucción ambiental, advirtiéndoles que era necesario realizar un gran cambio en la forma de cuidar la Tierra y la vida, para evitar “una extendida miseria humana”.

Ya entonces dejaron patente que, como humanidad, estábamos “en curso de colisión” con el mundo natural, lo que era evidente a partir de los estudios reunidos en ese momento sobre los peligros que representaban para el planeta la destrucción de la vida marina y de la biodiversidad en general, el agotamiento del agua dulce disponible, la deforestación en los ecosistemas terrestres y las zonas muertas en los océanos, así como el cambio climático y el continuo crecimiento demográfico.

Debido al oscuro panorama que preveían, los científicos advirtieron que los humanos estaban ejerciendo sobre los ecosistemas una presión superior a la capacidad del planeta para sostener la trama de la vida.

Por ello, apelaron a la estabilización de la población humana (que desde 1992 ha aumentado otro 35%; es decir, ahora existen dos mil millones de personas más que en ese momento). Además, le rogaron a la humanidad que redujera sus emisiones de gases de efecto invernadero y eliminara paulatinamente el uso de combustibles fósiles, que disminuyera la deforestación y revirtiera el colapso de la biodiversidad.

Han transcurrido 25 años desde la publicación de ese exhorto y, con tal motivo, un nuevo grupo de investigadores formó la Alianza de Científicos Mundiales, integrada, entre otros, por los estadunidenses William Ripple, Christopher Wolf y Thomas Newsome, de Oregon State University y Eilen Crist, de Virginia Tech; Mauro Galetti, de la Universidade Estadual Paulista, de Brazil; Mohammed Alamgir, de Bangladesh; Mahmoud I., de Nigeria y William Laurance, de Australia.

El grupo publicó en la revista BioScience una nueva declaración, la Advertencia de los científicos del mundo a la Humanidad: Un segundo aviso. Se trata de una “segunda notificación” para el planeta Tierra, sustentada en evidencias científicas y suscrita por más de 15 mil investigadores de 184 países.

En el nuevo manifiesto, los expertos evaluaron la respuesta humana a los problemas señalados en la primera Advertencia, a partir de los datos disponibles. Así encontraron que, con excepción de la estabilización de la capa de ozono en la estratosfera, desde 1992 no solamente no hemos hecho lo suficiente para resolver las amenazas ambientales que se habían previsto, sino que incluso hemos empeorado las condiciones del planeta.

Además del cambio climático, que ya está en curso y probablemente tendrá consecuencias “catastróficas”, los científicos refieren el comienzo del sexto evento de extinción masiva en la historia del planeta, que para el final de este siglo aniquilará, o condenará a la extinción, prácticamente a un tercio de todas las actuales formas de vida.

De acuerdo con investigaciones, que reflejan las tendencias ambientales de los últimos 25 años, las causas principales de estos trastornos tienen mucha relación con el consumo desmedido de recursos que, además de su intensidad, es “geográfica y demográficamente” desigual. Además, la humanidad se empeña en ignorar que el continuo y acelerado crecimiento demográfico es “el motor principal que impulsa muchas amenazas ecológicas e incluso sociales”.

Pero señalan también como una causa fundamental de los peligros para nuestra biosfera la resistencia (de algunos humanos) a reexaminar el papel que tiene la economía basada en el crecimiento, que obstaculiza las medidas que podrían reducir los gases de efecto invernadero, incentivar las energías renovables, proteger y restaurar los ecosistemas, disminuir la contaminación, detener el aniquilamiento de especies animales y otras medidas urgentes.

Los científicos exhortan a sus colegas, a líderes de opinión y a la ciudadanía en general, a que exijamos a nuestros gobiernos que adopten las medidas inmediatas “como un imperativo moral de frente a las generaciones presentes y futuras de humanos y de otros seres vivos”, pero también a que modifiquemos nuestros hábitos individuales de consumo de recursos, y limitemos el crecimiento demográfico.

Como prueba de que es posible actuar y obtener resultados en plazos muy cortos, señalan el éxito obtenido para reducir con rapidez el consumo de las sustancias que provocaron el agujero en la capa de ozono, la promisoria reducción en la tasa de deforestación en algunas regiones del planeta, y el rápido crecimiento del sector de energías renovables.

La ciencia ha encontrado soluciones viables para los problemas que enfrentamos; por ello, la declaración de 2017 sugiere varios ejemplos de las medidas que podrían permitir una transición hacia un planeta más sustentable.

Entre ellas, proponen detener la conversión de bosques, llanuras y otros hábitats nativos en zonas urbanas, agrícolas o de pastoreo; adoptar políticas útiles para remediar el exterminio de especies animales, principalmente la cacería, explotación y comercio de especies amenazadas; diseñar y promover nuevas tecnologías “verdes” y adoptar, de manera masiva, fuentes de energía renovable.

Recomiendan, desde luego, reducir paulatinamente los subsidios a la producción de energía con base en combustibles fósiles y –he aquí un punto relevante– revisar nuestra economía, para combatir la inequidad en la distribución de la riqueza y tomar en cuenta los costos reales que tienen (algunos) patrones de consumo sobre el ambiente.

Parte de estas propuestas parecieran alejarse de las ciencias físicas. Sin embargo, asuntos como la “sexta extinción masiva”, la contaminación de aire, suelo y agua y el cambio climático, abarcan también cuestiones sociales, políticas y económicas… por no decir éticas.

Por ejemplo, en fecha reciente, la controvertida ampliación del ducto Keystone (XL) de TransCanada recibió la aprobación de la Comisión de Servicios Públicos de Nebraska, que era el último obstáculo legal para construir un ducto que trasladará cerca de 830 mil barriles diarios de petróleo, extraído de arenas bituminosas en Alberta, Canadá, a las refinerías texanas en la costa del Golfo de México.

Como recordarán, Donald Trump, en su calidad de presidente de Estados Unidos, revivió este proyecto con una orden ejecutiva durante su primer semana en el cargo, y poco después le consiguió las aprobaciones federales.

Aunque la Comisión de Nebraska modificó la ruta elegida por TransCanada, que pasaría por la región de Sandhills, debido a su importancia ecológica, de cualquier forma atravesará por segmentos del acuífero Ogallala, que es la principal fuente de agua potable y de riego en Nebraska y en gran parte de las Grandes Llanuras.

Kalamazoo River tar sands oil spill July, 2010
Photo by Michelle Barlond Smith (Creative Commons 2.0, algunos derechos reservados)

Además, esta decisión se tomó apenas a cuatro días de que se presentara una fractura en la línea existente del Keystone, que derramó en una región rural del noreste de Dakota del Sur otros cinco mil barriles de crudo, que se suman a la serie de derrames de petróleo provocadas previamente por ese y otros ductos.

La principal causa del frenesí por ampliar este ducto es económica, y el hecho de que tanto la propia construcción, como el posterior uso de la línea para trasladar este combustible “sucio y contaminante”, que en su ruta “amenaza las tierras, el agua y a las comunidades” –como expresó The Sierra Club–, no detendrá a los socios comerciales (en Estados Unidos y Canadá), que esperan obtener altos beneficios monetarios del proyecto.

En contraste, entre los principales afectados se encuentran las tribus Nativas Americanas que habitan la zona, que desde luego no fueron consultadas por TransCanada antes de iniciar el proyecto.

Los pueblos nativos, o indígenas, suelen vivir en las zonas del continente americano donde se extraen y transportan combustibles fósiles y, a diferencia de la cultura “occidental”, conservan una sólida noción del pasado y del futuro, de cómo las ganancias económicas del corto plazo se convierten en daños irreparables en el largo plazo, y de que los derechos colectivos deben prevalecer sobre las ganancias individuales.

Como comentó John C. Topping, Jr., presidente de Climate Institute, “tal vez uno de los acontecimientos más importantes en el campo del clima durante los últimos meses ha sido el surgimiento de la comunidad de Americanos Nativos como una fuerza real en los esfuerzos para proteger el clima”.

Agrega que esto no debería sorprendernos, pues “las tierras tribales están ubicadas… en áreas con cuerpos de agua que probablemente se encontrarán entre las más gravemente afectadas por el cambio climático”.

El problema de los indígenas de América del Norte se repite en todos los continentes para los demás grupos económica (y políticamente) desfavorecidos del planeta. Por ello, la ciencia ha encontrado que son muy altas las probabilidades de que sean ellos quienes sufran las peores consecuencias del calentamiento global.

En el texto llamado Derechos de la Naturaleza y de la Madre Tierra: Ley con base en derecho para el cambio sistémico, Shannon Biggs (Movement Rights), Tom B.K. Goldtooth (The Indigenous Environmental Network) y Osprey Orielle Lake (Women’s Earth and Climate Action Network (WECAN) International), advierten: “Es momento de dejar de pensar que debemos proteger a la naturaleza, y reconocer que, tanto como cualquier otra forma de vida en la Tierra, nosotros somos naturaleza”.

Por tal razón, continúan, “no podemos separarnos del agua que bebemos, del alimento que comemos o del aire que respiramos, como no podemos cuidar solamente una hoja de todo un árbol”.

Sin embargo, señalan, las leyes humanas de prácticamente todo el planeta definen naturaleza como una propiedad, que puede poseerse, convertirse en un “bien básico” y destruirse a voluntad, pues sólo está mediada por las ganancias económicas.

En consecuencia “la interferencia con el clima es el resultado directo de las actividades humanas que presionan la Ley Natural más allá de sus límites”, con la legitimación de actos destructivos como dinamitar las montañas buscando carbón, fracturar la tierra para extraer petróleo y gas, deforestar el Amazonas y desplazar a las comunidades indígenas. Pero todo esto desafía leyes naturales que rigen los sistemas de vida del planeta.

No obstante, la segunda Advertencia de los científicos del mundo a la Humanidad ofrece una solución. “Para evitar la extendida miseria y la pérdida catastrófica de la biodiversidad, la humanidad puede practicar una alternativa ambientalmente más sustentable que la actual”.

Pese a que la misma receta fue prescrita –y desoída– hace 25 años, hoy, aunque poco, todavía queda tiempo. “Pronto será demasiado tarde”, indica la Alianza de Científicos Mundiales. Si queremos cambiar de curso y abandonar la trayectoria que nos lleva al desastre, antes de que se agote el tiempo, ciudadanos y gobiernos “debemos reconocer… que la Tierra, con toda la vida que alberga, es nuestro único hogar”.

A lo que únicamente agregaría: …y actuar en consecuencia.

Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)

Fuente:
William J. Ripple, Christopher Wolf, Thomas M. Newsome, Mauro Galetti, Mohammed Alamgir, Eileen Crist, Mahmoud I. Mahmoud, William F. Laurance, ; World Scientists’ Warning to Humanity: A Second Notice, BioScience, , bix125, https://doi.org/10.1093/biosci/bix125

Información adicional:

Pueden encontrarse versiones de la Segunda Advertencia en español, portugués y francés en file S1

Más de 15.000 científicos lanzan una alerta para salvar el planeta (El País)

Trump to visit Utah to announce plans to shrink Bears Ears, Grand Staircase-Escalante National Monuments (The Washington Post)

Demanda indígena contra el ducto Keystone XL (en inglés)

Créditos fotografías:

Collapsed Kinzua Bridge. By Nicholas from Pennsylvania, USA – Truncated, CC BY 2.0.

Exploding balloon. By Umberto Salvagnin [CC BY 2.0 ], via Wikimedia Commons.

Kalamazoo River tar sands oil spill July, 2010. Michigan Keystone pictures February 2012 001. Photos by Michelle Barlond Smith (Creative Commons 2.0, algunos derechos reservados).