Se cumplió la cita y en 15 ciudades de México, que se sumaron a unas 600 en los siete continentes, los científicos y quienes reconocemos y apreciamos todo lo que representa la ciencia, salimos festivamente a las calles el pasado 22 de abril. Pero el movimiento detrás de la Marcha por la ciencia no es flor de un día, y en muchas partes del planeta se formulan estrategias para los caminos que deben seguirse y, principalmente, los propósitos que se quieren conseguir.
Problemas distintos, mismos resultados
Si hablamos específicamente de Estados Unidos y de México, los problemas que enfrenta el quehacer científico en ambos países tienen sutiles diferencias… con resultados muy parecidos.
Mientras que las autoridades del país del norte han desafiado abiertamente las evidencias científicas, en México una mayoría de los políticos afirma reconocer esas evidencias –cuando menos en declaraciones y discursos–, pero en la práctica a veces actúa como si las desconocieran, o peor, como si éstas no fueran relevantes.
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Va un par de ejemplos: El año pasado, se destruyó casi la mitad de 57 hectáreas de manglares en Tajamar, Quintana Roo, para edificar un proyecto turístico permitido años atrás por autoridades mexicanas, soslayando el impacto negativo sobre el ambiente.
O, más recientemente, el pasado 16 de marzo, la Agencia Nacional de Seguridad Industrial y de Protección al Medio Ambiente del Sector Hidrocarburos (ASEA) publicó oficialmente los “Lineamientos en materia de seguridad industrial, seguridad operativa y protección al medio ambiente para realizar las actividades de exploración y extracción de hidrocarburos en yacimientos no convencionales en tierra”.
Traducido para los no especialistas (o sea, la mayoría de nosotros), esto significa que el gobierno mexicano sigue apostando por los combustibles fósiles, cuya quema es responsable del actual calentamiento global.
En este caso, además, se trata de un energético “no convencional”, que consiste en gotas de petróleo y gas atrapadas en rocas llamadas lutitas (shale), que se extraen inyectando agua, arena y una gran cantidad de sustancias químicas: El desacreditado fracking.
De acuerdo con la revista Forbes, desde octubre de 2016, la comisión Nacional de Hidrocarburos autorizó que Pemex buscara esos combustibles fósiles de lutitas en cinco áreas de Tampico, a pesar de que existen evidencias científicas de los riesgos que representa esta actividad, que ha sido prohibida en algunas ciudades del mundo; a pesar de que no es económicamente costeable, e incluso pese a que el Fondo Monetario Internacional recomienda esperar.
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De regreso a nuestro tema, también a diferencia de Estados Unidos, donde hay grupos importantes de la población que “no creen” en verdades sustentadas por evidencias, entre los mexicanos “la relación con la ciencia y la tecnología es ambivalente, de confianza-desconfianza”.
Aunque la sociedad mexicana afirma confiar en los científicos, y una mayoría piensa que éstos “hacen grandes aportes a la sociedad”, están igualmente extendidos la indiferencia y el desconocimiento de los asuntos relacionados con la ciencia.
Por ejemplo, según una encuesta realizada en 2016, con una pequeña muestra de mexicanos, 91.6% de los ciudadanos respondió que los seres humanos son los responsables del cambio climático. Pero, de nuevo, estas convicciones no se traducen en su vida cotidiana.
En ambos países, las consecuencias son similares: Cuando la ciencia y sus procesos parecen lejanos a la sociedad, esto facilita la decisión de realizar recortes presupuestales cada vez mayores a la investigación y la educación… sobre todo si los ciudadanos se mantienen al margen.
Menos interés público = menos presupuesto = menos becas y financiamiento = menos científicos = menos investigación = menos conocimiento = menos soluciones a los problemas
El círculo vicioso se retroalimenta al aumentar el riesgo de que las ideas anti científicas se extiendan en grupos cada vez más grandes y la ignorancia predomine entre la mayoría de la sociedad.
Tal panorama tiene terribles consecuencias, no sólo para el conocimiento práctico o el desarrollo económico, sino también para el proceso público de la toma de decisiones, pues inhibe la participación ciudadana en temas legislativos relacionados con asuntos científicos, y permite que un público mal informado pueda ser fácilmente manipulado.
Por lo anterior, en los foros de reflexión y discusión que han realizado científicos y divulgadores de ciencia antes y después del 22 de abril, brilla la clara necesidad de convertir la energía expresada en las calles en una defensa sostenida de la ciencia, con un movimiento de alcance global.
Y un objetivo importante es que cada vez más ciudadanos conozcan, aprecien, disfruten y preserven la ciencia.
Pero… ¿cómo llegar a más gente?
En este espacio hemos referido que, entre la debilidad cognitiva natural de todos los humanos y la información sesgada, y a veces falsa, del internet, es todo un desafío atraer la atención de las personas hacia la importancia de las evidencias y contrarrestar sus creencias preconcebidas.
Sin embargo, salvo internet, las fuentes tradicionales de información (como periódicos o noticiarios) en general tienen un enfoque pragmático, que suele traducirse en avalanchas de hechos y datos. Como resultado, los espacios dedicados a la ciencia generalmente se limitan a comunicar los resultados más recientes de ciencia y tecnología, siempre que el tema se considere útil, o popular.
Ese filtro de la “utilidad” responde a la idea de que el público sólo se siente atraído por la ciencia cuando le ofrece soluciones concretas y prácticas relacionadas con su salud y problemas cotidianos. Pero tal perspectiva en primer lugar desatiende la relevancia de la investigación básica, cuya indiscutible importancia no siempre puede apreciarse de manera inmediata.
Además, partamos de que el propósito de la comunicación de la ciencia no es llenar la cabeza de la gente con un montón de datos, sino incitar su curiosidad y su deseo de adquirir más conocimiento, y acercarla a temas que requieren una conciencia pública, como el del cambio climático/calentamiento global.
Tal vez una forma de conseguirlo implica recurrir a otros formatos, espacios o estilos que en estudios, o en la práctica, prometan buenos resultados. Pero de cualquiera que se trate, parece que es esencial que contenga una buena historia.
¡Cuéntame una historia!
Lise Saffran, escritora y directora de la maestría del programa de Salud Pública en la Universidad de Missouri, nos recuerda en un artículo publicado en Scientific American que los humanos estamos hechos para contar historias, y también para escuchar a los personajes de estas historias, con quienes podemos crear lazos de empatía al asumir que detrás de una narración hay una conciencia como la nuestra.
Por eso, señala, cuando a un lector se le dice que no importa la perspectiva del narrador, porque la historia consiste solamente en hechos objetivos, el público comienza a sospechar de su veracidad, lo que puede evitarse si la gente “piensa que quien le habla es un ser humano real”.
La empatía funciona igual cuando leemos o presenciamos historias de vida de personajes desconocidos, o la biografía de algún científico famoso, hombre o mujer (de verdad, no solamente existe Einstein). Esto ha inspirado el “hashtag” #actuallivingscientist, que mediante twitter nos acerca a quienes se dedican a la ciencia: su trabajo, ideas, problemas, éxitos y preocupaciones… En pocas palabras, gente como uno.
La narrativa puede ser tan poderosa para comunicar hechos científicos que una reciente investigación de la Universidad de Washington, que midió su efecto en los resúmenes (abstracts) de artículos científicos publicados en revistas especializadas, sugiere que podría influir en la atención y cantidad de citas que reciben esos artículos.
Entre seis factores que los autores analizaron, además de aquellos directamente relacionados con un texto claro y bien escrito, como el correcto uso de conjunciones y frases conectivas que le dan un orden lógico, y la ya mencionada perspectiva del narrador, aparece también el uso de un lenguaje capaz de atrapar nuestros sentidos o emociones, facilitando que nos conectemos como lectores.
Hay más de un camino, o tipo de narrativa, para construir esta conexión, y muchas veces depende del tema, del medio, del contexto y del público al que se dirige. Desde luego, cada quien tendrá sus favoritos, pero personalmente me parecen muy atractivas tres de estas vías (humor, belleza y sentido de pertenencia), por lo que en un futuro me gustaría compartirles lo que he encontrado acerca de ellas…
Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)
Información adicional:
Marchan por la ciencia y la Tierra en la Ciudad de México
After the March: Science Advocates Prepare for a ‘Marathon’
Post-Science March We Must Stay Engaged
¿Por qué una marcha por la ciencia?
The Importance of Storytelling in Science
Fracking. Beneficios fugaces… ¿daños permanentes?
Cambio climático. La deuda de los mexicanos con el medio ambiente