El próximo 22 de abril, coincidiendo con la celebración del “Día de la Tierra”, miles de científicos abandonarán momentáneamente sus laboratorios, aulas y trabajos de campo, para “tomar” el National Mall de Washington D.C. y muchas otras plazas y calles de Estados Unidos y de más de 30 países del mundo (México incluido), en lo que podría convertirse en la mayor manifestación mundial en defensa de la ciencia.

La Marcha por la ciencia es un evento organizado de manera espontánea por investigadores y académicos de todas las disciplinas científicas, sin la injerencia de grupos partidistas o con intereses especiales, y con el apoyo de importantes organizaciones científicas, como la American Association for the Advancement of Science y la American Geophysical Union, y de las organizaciones no gubernamentales ScienceDebate.org, the Union of Concerned Scientists y la Red del Día de la Tierra, entre otras.

Pero, ¿por qué realizar una marcha por la ciencia?

Desde los meses anteriores a la elección presidencial en E.U., varios grupos de científicos y medios relacionados con la comunicación de la ciencia expresaron preocupación por el interés y la posición que asumían los entonces candidatos sobre diversos temas relevantes para el quehacer científico y con repercusiones para la sociedad.

Muy poco después de la victoria de Trump, comenzó a hacerse evidente que la comunidad científica tenía razones para temer; no solamente por las declaraciones del presidente y sus colaboradores, que pretenden dar igual peso a una opinión que a los hechos basados en evidencias, ni únicamente por la selección de funcionarios públicos con agenda propia que se contrapone a los mejores intereses de la ciencia (y del planeta).

Sus motivos tampoco se limitan a la directa intención de censurar la información científica producida por agencias con financiamiento gubernamental, y que los ciudadanos de ese país (y del mundo) tienen el derecho de conocer, o a la prohibición de ingresar a E.U. a las personas originarias de siete naciones musulmanas, incluyendo a científicos que colaboran o realizan investigaciones en ese país.

Si bien el detonante de la decisión de los científicos para salir a las calles ha sido esta no tan velada “declaración de guerra a la ciencia” en Estados Unidos, la Marcha por la ciencia no está concebida primordialmente como un evento dirigido en contra de Trump; más allá de eso, se trata de un manifiesto en favor de la ciencia misma y lo que ésta representa.

Desdén por el conocimiento

Razones no faltan. Tanto en ese país como en muchos otros, incluyendo a México, actualmente la ciencia sufre continuos ataques, en la forma de reducciones presupuestales a universidades y centros públicos de investigación, limitación de becas y de financiamientos, y a la constante renuencia de los funcionarios de los gobiernos a tener en cuenta las evidencias científicas como base para sus políticas públicas.

Pero, sobre todo, un denominador común de esta amplia ofensiva contra la ciencia es que cunde en el mundo un desdén cada vez más extendido por el conocimiento basado en verdades demostrables, por la propia verdad y por el pensamiento racional.

No fue casual que “la palabra del año” del idioma inglés, elegida por el Diccionario de Oxford para 2016, fuera post-truth (posverdad), definida como un adjetivo “relacionado con, o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menos influencia para formar la opinión pública que apelar a las emociones y a las creencias personales”.

Sin embargo, como señaló un excelente artículo en The Economist, dentro del quehacer político, no es nuevo faltar a la verdad: “pensemos en la mentira de Ronald Reagan de que su administración no había comerciado armamento con Irán para asegurar la liberación de rehenes y financiar los esfuerzos de rebeldes en Nicaragua…” El problema, continúa, es que “el término (posverdad) recoge la esencia de lo que es nuevo: que la verdad no es (algo que deba) demostrarse, o refutarse, sino (algo) de importancia secundaria”.

Hace más de tres años, Adam Frank, profesor de física y astronomía de la Universidad de Rochester, en Indiana, alertó en un artículo publicado en The New York Times que en la actualidad “es políticamente eficaz, y socialmente aceptable, negar el hecho científico”.

Como consecuencia, refirió que en los años transcurridos desde la década de 1980, las encuestas en E.U. indicaron un aumento en la cantidad de personas que creían en ficciones como el creacionismo (44% en 1982 vs 46% en 2013), así como una reducción entre quienes pensaban que el cambio climático era un problema (63% en 1989 vs 58% en 2013).

Algo similar sucede en otras partes del mundo, lo que se traduce tanto en el aumento de grupos promotores del “creacionismo” en países europeos, como en las opiniones recogidas por la Encuesta de la Percepción Pública de la Ciencia 2011 en México (realizada a nivel nacional por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática), de que el conocimiento científico “no siempre es verdadero” (35.8% del total de encuestados), o que es “dudoso” (17.3%), e incluso “falso” (1.2%).

Esto en México se convierte en un problema doble, porque combina la falta de apoyos e impulso a la práctica y comunicación de la ciencia con la laxitud global que permea los medios de comunicación, favoreciendo la existencia de los llamados “hechos alternativos” y el imperio de la subjetividad, frente a la objetividad que busca alcanzar el hecho científico.

Crédito: Mad Science Invitation 4, by Martin Cron. Algunos derechos reservados

La ciencia es el camino

Desde luego que, como humanos, todos tenemos sesgos cognitivos, que nos predisponen a sustituir hechos científicos por mitos, creer en teorías falsas y caer en falacias lógicas. Por fortuna, desarrollamos la ciencia, que desde sus comienzos en Occidente tuvo como objetivo encontrar un camino que evitara la subjetividad total.

En su serie Cosmos, Carl Sagan relata la historia de los descubrimientos astronómicos de Johannes Kepler, a partir de las observaciones previamente reunidas por Tycho Brahe.

Del relato de Sagan siempre me cautivó el segmento donde narra cómo, tras constatar que los datos requerían que las órbitas planetarias fueran elípticas, aunque “Kepler estaba profundamente molesto por tener que abandonar la órbita circular (…) cuando descubrió que sus creencias largamente acariciadas no concordaban con las observaciones más precisas, aceptó los desagradables hechos; prefirió la dura realidad, a sus más caras ilusiones”. Eso –señala Sagan— “es el corazón de la ciencia”.

En efecto, incluso cuando los propios investigadores pueden sucumbir al encanto de sus teorías personales, la ciencia ha diseñado una serie de filtros (como la aplicación del escepticismo y los procesos de revisión y verificación por parte de sus pares), para asegurar la fiabilidad de una hipótesis o la viabilidad de reproducir un experimento.

Y aun si nuestra percepción del mundo es, por naturaleza, subjetiva, también podemos recurrir a ciertos lineamientos para alcanzar un conocimiento sin sesgos, y encontrar formas de medir la realidad objetiva, como las tres reglas que ofrecen los neurocientíficos Susana Martínez-Conde y Stephen L. Macknik, en un artículo reciente publicado en Scientific American:

Regla 1: No podemos asegurar qué es verdad, pero podemos establecer qué es falso.

Como vimos en el caso de Kepler, un principio básico de la ciencia es que una hipótesis no se considera definitivamente verificada con ninguna cantidad de datos; por el contrario, una sola observación que la contradiga puede refutarla. En palabras de los autores, “las hipótesis sólo sobreviven en tanto las sostengan los datos”.

Regla 2: La confianza en una cuestión, por grande que sea, no equivale a una prueba objetiva.

Los autores hacen referencia al fenómeno viral del vestido de color cambiante, que para la mitad de los observadores era blanco con dorado y para la otra mitad azul con negro. Señalan que, aunque ambos grupos sentían la misma confianza en su percepción, y además no conseguían verlo de otra forma, eso no significaba que fuera un caso de dos “hechos alternativos” igualmente válidos, pues la contradicción se resolvía cuando el vestido se iluminaba con una simple luz blanca, tornándose azul y negro para todo el mundo.

Podemos sumar a esta explicación los resultados obtenidos por Baruch Fischhoff, investigador del Departamento de Ingeniería y Política Pública de la Universidad Carnegie Mellon, quien ha dedicado décadas al estudio del papel de la confianza en la toma de decisiones.

Junto con su equipo, Fischhoff realizó, a finales de la década de 1970, una serie de experimentos para determinar qué tan certera era la confianza que las personas tenían en sus conocimientos, y encontró que éstas se equivocaban hasta 30% de las veces, aun cuando se sintieran completamente seguras de estar en lo correcto.

Regla 3. Aunque la percepción depende de la perspectiva, la subjetividad no es una medida de la realidad.

Martínez-Conde y Macknik explican que, a pesar de que la propia naturaleza de nuestro equipo perceptivo limita nuestra percepción, haciéndola depender del contexto y la perspectiva (lo que permite la existencia de las ilusiones visuales), basta en estos casos con cambiar el punto de referencia para percatarnos de la ilusión.

Lamentablemente, no siempre es el caso que la causa del error, o de la mentira, sea nuestra subjetividad involuntaria.

Las grandes cualidades de la ciencia y de sus resultados, que son provisionales, susceptibles de ser rebatidos por observaciones o experimentos posteriores, y la propia naturaleza de la verdad científica, que prácticamente nunca se proclama como absoluta, dejando espacio a la inevitable incertidumbre, paradójicamente también suelen ser utilizadas para atacar el edificio científico.

Robert Proctor, profesor de historia de la ciencia y la tecnología en la Universidad de Stanford, acuñó el término “agnotología”, como el estudio de la duda o la ignorancia inducidas, particularmente por medio de la publicación de datos pseudocientíficos inexactos, tendenciosos, o confusos.

Proctor presentó, como el ejemplo principal de este deliberado fomento de la ignorancia, la campaña publicitaria organizada por las tabacaleras durante las décadas de 1950 y 1960, dirigidas a infundir dudas sobre la conexión entre el uso del tabaco y el cáncer y otros padecimientos.

De manera similar, hoy en día continúan existiendo grupos con intereses creados, deseosos de restar veracidad a teorías bien establecidas como la del cambio climático de origen antropogénico.

Ya se trate de medias verdades no deliberadas o francas mentiras intencionadas, el único camino que tenemos para superar esta era de la posverdad (y proteger de ella a las nuevas generaciones) es promoviendo el sano escepticismo y el pensamiento crítico. Y, por supuesto… el mejor camino para lograrlo es acercándonos a la ciencia.

Lo que nos lleva de nuevo a la Marcha por la ciencia

La sociedad debe comprender que la ciencia no es sólo un cuerpo de conocimientos, sino también una actitud frente a la vida, que incluye escepticismo, apertura, rigor, pensamiento lógico y apego a los resultados o evidencias.

Igualmente, la comunicación del trabajo científico no es la mera difusión de datos, estadísticas, o notas actualizadas. La divulgación científica debe tener, como elementos primordiales, la capacidad de conseguir que las personas ejerzan su libertad de pensamiento, aprendiendo a generar y defender sus propias opiniones, sustentadas en el conocimiento y el análisis crítico, bases propias del quehacer científico.

No obstante, también debe poseer la habilidad para provocar en la sociedad curiosidad y estímulo; mismos que han permitido los avances que observamos actualmente, y que posiblemente partieron del simple deseo que tuvieron los científicos de ampliar o verificar la información que recibieron, a su vez, de quienes los precedieron.

En esta época de noticias falsas y posverdades, es más urgente que nunca la búsqueda y defensa de la verdad objetiva y de los hechos no alternativos (un “hecho alternativo” no es un hecho, es una falsedad).

Anticipándose a esta crisis de desinformación, Adam Frank agregó en su artículo de 2013 que, si bien la generación de profesores que lo instruyó habría podido responder con cierta indiferencia ante boberías como el creacionismo, los actuales estudiantes de ciencia ya no pueden darse ese lujo; por el contrario, deben convertirse en “feroces paladines de la ciencia en el mercado de las ideas”.

Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)

 

Información adicional:

 Marcha por la ciencia fue fijada para el Día de la Tierra

 Scientists Are Planning the Next Big Washington March

 Science Societies Have Loong Shunned Politics, But Now They’re Ready to March

 Federal Agencies Ordered to Restrict their Communications

 

Crédito fotografía: Mad Science Invitation 4, by Martin Cron. Algunos derechos reservados