La conciencia, el conocimiento, la vida y las relaciones de los organismos entre sí y con su entorno, así como todo lo que ciencia y filosofía tienen que decir al respecto, son los temas que mayoritariamente ocupan el espacio de Paradigma XXI. En este sentido, anteriormente hemos revisado las causas de la falta de compromiso e interés de personas, sociedades y gobiernos del mundo, frente a los riesgos que corren nuestro planeta y la vida misma.
Ya hemos mencionado los factores de idiosincrasia y cultura, y los obstáculos cognitivos que alimentan y a la vez se nutren de mitos y noticias falsas. El tercer factor, aislado por investigaciones y estudios, es el efecto de la economía, o la necesidad (percibida o real) de anteponer a la preocupación por la naturaleza y el ambiente la preocupación por asegurar la satisfacción de necesidades básicas (o no tan básicas).
En su aspecto más inmediato, esto significa que la economía afecta la postura frente a naturaleza y ambiente, por ejemplo cuando se abandona el hecho de que la humanidad forma parte de la naturaleza, y convierte esta última en una materia prima que debe poseerse, dominarse o usufructuarse.
Esta influencia tiene dos aspectos: Por una parte, la presión de un sistema económico basado en competencia y ganancias ha provocado que, para un inmenso porcentaje de la población mundial, pensar y actuar en términos ecológicos se vuelva un “lujo” incosteable.
¿Cómo darse tiempo para modificar los hábitos, o el estado de las cosas, cuando la preocupación primordial es subsistir hasta que llegue el siguiente ingreso (quincenal, mensual, semanal u ocasional)? Sin medios para cubrir las necesidades básicas, no hay tiempo ni energía para pensar en resolver otros problemas.
Además, existe la idea, reflejada en un artículo de Planet Earth Herald, de que si los millones de personas del mundo, cuyos empleos u ocupaciones efectivamente destruyen el planeta, tomaran la decisión consciente de dejarlos para salvar el entorno, provocarían el colapso de la economía global, con la consecuente pérdida de empleos (lo que, dicho sea de paso, sucederá de todos modos, y no por una conciencia ecológica, sino debido a la automatización tecnológica).
Pero tanto las preocupaciones legítimas, como las creencias no tan legítimas, generan una sensación de frustración, desvalidez y falta de control en los asuntos ecológicos que hace pensar a las personas que sus actos son demasiado pequeños para conseguir un cambio; o aun peor, que carecen de poder para remediar las cosas… y eligen no hacer nada.
Pareciera, en efecto, que muchos no tienen opción. No obstante, para otra porción de la población mundial lo que está en la balanza no es la mera subsistencia sino, como ha señalado Tom Crompton, cofundador y director de Common Cause Foundation, la preocupación “por ahorrar dinero o comprar cosas para verse cool”, y suelen ser esas personas “quienes más se resisten a adaptarse a los grandes cambios que se necesitan” para enfrentar problemas como el del cambio climático, la producción de basura, o el daño y desperdicio de los recursos naturales.
La situación se complica cuando unos y otros observan cómo gobiernos, industrias y empresas afectan el ambiente sin tener en cuenta las consecuencias, guiados exclusivamente por conceptos como productividad, competencia, ganancias y rendimientos.
Porque todos los casos referidos obedecen a la realidad económica que domina el mundo: el capitalismo de libre mercado.
Y una gran falla del mercado es «el cambio climático», como apuntó la bióloga y diplomática Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU, durante el panel “Un gran debate del Proyecto Origins: cambio climático, consecuencias ambientales y sociales para México y el mundo”, que se realizó en noviembre de 2017 como parte del coloquio Los acosos a la civilización, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Guadalajara, México.
En el panel, que compartió con personajes como Mario Molina, Noam Chomsky y Lawrence Krauss, la Dra. Bárcena puso el dedo en la llaga al referir que, pese a que están en crisis los modelos de desarrollo (neoliberal), que apostaron por el libre comercio, los principales perdedores hemos sido la mayoría de la población.
No solamente porque uno por ciento de la humanidad concentra la riqueza del resto, sino también porque, mientras que grandes corporaciones realizan la mayoría de los cabildeos en contra de medidas para controlar el cambio climático, éste tiene un impacto asimétrico, y llega con más fuerza a las zonas más pobres del mundo (lo que puede observarse en los resultados del aumento en la intensidad de fenómenos naturales como los huracanes o las sequías).
La especialista subraya la necesidad de un nuevo paradigma, pues “el estilo de desarrollo (el capitalismo actual), hoy no funciona”. Por ello, recomienda asumir nuestro poder como ciudadanía, sin miedo a buscar un modelo con una visión progresista, “una visión socialista” con acceso universal a los bienes, la fundación de derechos y la profunda igualdad. “Porque la desigualdad conspira (…) contra la democracia”.
Un ejemplo de esta “conspiración contra la democracia” fue observado en 2014 por los especialistas en ciencias políticas Martin Gilens de Princeton y Benjamin Page de Northwestern University, cuando revisaron la naturaleza del sistema político de Estados Unidos.
Para su estudio, los investigadores utilizaron cuatro tradiciones teóricas, que dependen de qué parte de la sociedad tiene la mayor influencia en las políticas de su gobierno: Democracia por mayoría electoral (o como supuestamente funciona la democracia tradicional), dominio de la élite económica, pluralismo mayoritario (predominio de masas con intereses particulares) y pluralismo sesgado (predominio de corporaciones y otros grupos comerciales con intereses privados).
Tras analizar mil 779 cambios en políticas propuestos entre 1981 y 2002 en aquel país, y compararlos con encuestas sobre preferencias públicas y con las preferencias de los grupos con intereses particulares, los investigadores encontraron que las élites económicas y los grupos con intereses comerciales tuvieron un importante impacto sobre la(s) política(s) del gobierno de Estados Unidos, mientras que los grupos de masas y los ciudadanos promedio tuvieron una influencia particular minúscula, “cercana a cero”.
Estos resultados llevaron a los científicos a concluir que puede rechazarse que Estados Unidos se rija por una teoría pura de “democracia por mayoría electoral”, y proponen que lo que parece tener es “una democracia por coincidencia”, en la que “los ciudadanos ordinarios sólo consiguen lo que quieren de su gobierno cuando eso coincide con lo que buscan las élites o los grupos de interés”.
La explicación podría estar en un artículo publicado en Cato Journal, donde Randall G. Holcombe expone la diferencia entre un sistema democrático y un sistema “de política capitalista”, en el que las élites política y económica diseñan las reglas, de manera que pueden utilizar el sistema político para mantener su posición privilegiada y en el que las empresas controlan el gobierno, y no al contrario.
Aunque Holcombe también se refiere específicamente a Estados Unidos, esta realidad funciona en más de un país, en perjuicio de los ciudadanos, del ambiente y de la naturaleza en su conjunto.
De acuerdo con un artículo de Jeremy Lent, fundador del Liology Institute, el problema fundamental es muy sencillo: el sistema económico mundial se basa en la premisa de un perpetuo crecimiento del consumo, que lo ha puesto en curso de colisión contra el mundo natural.
Explica que es poco comprendido el hecho de que “la vasta mayoría de la riqueza que disfruta la élite global se basa en una invención: la creencia en el crecimiento futuro de las ganancias que ofrecerán las corporaciones”.
En otras palabras, menos de cinco por ciento de la riqueza que disfrutan los inversionistas se relaciona con la actividad actual; el resto tiene como base el sueño del crecimiento futuro… “El valor del mercado actual se basa en la creencia de que la producción económica mundial se triplicará para el 2060”.
En opinión de Lent, eso implica tres veces más pillaje de los recursos del planeta.
El capitalismo ha representado una historia de saqueo ambiental, en palabras de Max Ajl, investigador de desarrollo rural de la Universidad de Cornell, quien nos recuerda, por ejemplo, los billones (de dólares) amarrados a la simple expectativa de quemar la reserva física mundial de hidrocarburos.
La razón es, señala Ajl, que este sistema económico tiene dos tendencias básicas: la primera es “expandir la base material de producción de la que obtiene una plusvalía” y, al mismo tiempo, “descartar el futuro, precisamente porque al robarle al futuro es posible expandir la base material de producción del presente”.
Es por ello que la destrucción ambiental “ha estado cosida a la tela (…) del capitalismo desde su comienzo”, de acuerdo con el biólogo evolutivo Rob Wallace, al tiempo que la evolución global del capitalismo ha consistido, en esencia, en el proceso de “desnudar la biosfera”, como explica en un artículo de Al Jazeera.
Este comportamiento depredador es la causa de la explotación, abuso y contaminación de recursos naturales y de los comunes (bienes comunales), que son nuestras posesiones en común (como aire, agua y una tierra habitable), según lo expuso el connotado lingüista y pensador Noam Chomsky durante el panel celebrado en México, y arriba referido.
Chomsky explicó que la llamada “tragedia de los comunes” fue predicha como un producto natural de lo que Adam Smith describió como la «fuerza que guía el capitalismo emergente: todo para nosotros; nada para nadie más”, lo que continúa siendo el principio rector de la economía de mercado capitalista «un orden socioeconómico deshumanizador, en el que cada participante busca maximizar las ganancias individuales, al tiempo que pasa por alto el efecto (de las acciones o transacciones) sobre los demás”.
Así, “por ejemplo, cuando se abren las reservas de Alaska para ser explotadas por primera vez por las corporaciones de energía, como sucede en este momento”, o “cuando México anuncia con orgullo, como lo hizo muy recientemente, el descubrimiento de mil millones de barriles en el Golfo (…) para atraer a los gigantes del mercado petrolero para que exploten sus reservas y se enriquezcan”, atestiguamos “otro ejercicio de esa máxima vil y la próxima tragedia de los comunes”, que nos acerca más al desastre.
Sin embargo, agregó Chomsky, esa patología “no está enraizada en la naturaleza humana: es un fenómeno reciente (…) impuesto con considerable fuerza”, pero que enfrenta mucha resistencia; por ejemplo, por parte de las tribus indígenas tradicionales del mundo, que generalmente han cuidado de esos (bienes) comunes, asegurándose de su supervivencia.
Aunque Chomsky prevé la posibilidad de preservar los comunes, de los que depende nuestro futuro como especie, considera necesario contar con la voluntad de enfrentar preguntas fundamentales sobre las instituciones que hemos construido y sobre los valores que rigen nuestra vida.
Como señala Jeremy Lent, existen formas radicalmente diferentes para que una sociedad funcione de manera efectiva, y que podrían aplicarse a las naciones del mundo si se les da media oportunidad… Formación de más cooperativas, la protección y expansión de los comunes, reducción de la producción de carbono, mejoramiento de la gobernanza global, con penas estrictas para quienes destruyan el bienestar ecológico; todo esto es posible, siempre que existan la voluntad y participación de los ciudadanos.
La otra opción es ver cómo los recursos, indispensables para todos, son destruidos o contaminados; o igualmente trágico, pasan a manos de empresas privadas, con consecuencias que ya se han dejado ver en casos como el de la pérdida de bosques en Paraguay y otros países latinoamericanos, o el caso del agua en el estado de California, o en Flint, Michigan, una circunstancia que, lamentablemente, podría reproducirse en México.
En palabras del biólogo Rob Wallace, “es ecosocialismo o barbarie: No hay otra salida para la situación (actual)”.
NOTA:
Por causas ajenas a mi control (y a mi volición), a partir de julio de 2018 Paradigma XXI abandona el portal Ciencia UNAM, que lo albergó durante cuatro años, y se muda a un nuevo sitio de WordPress con la dirección: https://vuelveparadigmaxxi.wordpress.com.
Gracias por su compañía; allá los espero.
Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)
Fuentes:
M. Gilens and B. I. Page. Testing Theories of American Politics: Elites, Interest Groups, and Average Citizens. American Political Science Association (2014). doi:10.1017/S1537592714001595.
Los acosos a la civilización (Archivo en You Tube)
What Will It Really Take to Avoid Collapse?
Información adicional:
Why People Don’t Care About The Environment
A Kingdom From Dust (The California Sunday Magazine)
Actualizado el 22 de junio, 2018.