Hace cien años, la primera conflagración mundial del siglo XX no solamente cambió la geografía política del planeta. El acto de un hombre –el asesinato del archiduque Franz Ferdinand– aprovechado por las potencias mundiales, que tenían su propia agenda, desató una guerra con repercusiones sociopolíticas, ideológicas, económicas, científicas, tecnológicas, e incluso médicas y sanitarias –como la expansión de la pandemia de influenza española–, que llevaron al mundo a un punto sin retorno y cuyo impacto perdura hasta nuestros días.
Las sociedades humanas, igual que los fenómenos naturales (si excluimos cultura de natura), son sistemas complejos, en constante interacción e iteración, donde un factor mínimo puede desencadenar consecuencias imprevistas, principalmente por nuestro desconocimiento de todas las variables en juego. A esto se refiere el famoso “efecto mariposa”, en donde un pequeño cambio en un lugar puede producir un impacto mayúsculo en un lugar distante y mucho tiempo después.
Sin embargo, el efecto mariposa sólo captura las influencias unidireccionales de una variable sobre otra. Pero en el hiperconectado mundo actual, las interacciones producen retroalimentaciones de doble vía, con reverberaciones ambientales y socioeconómicas que afectan tanto a los humanos como al resto de la naturaleza de manera global; así, los sucesos en un rincón del planeta pueden tener impacto en pueblos y ecosistemas de otro rincón lejano, y el desconocimiento de sus múltiples interrelaciones muchas veces provoca que la solución de hoy sea el desastre de mañana.
Con esta perspectiva, en 2008, Jianguo Liu, director del Centro de Integración de Sistemas y Sustentabilidad de la Universidad Estatal de Michigan, creó el concepto de “teleacoplamiento” (telecoupling), o acoplamiento a distancia, como un marco de investigación que puede emplearse para calcular las interacciones complejas entre los fenómenos socioeconómicos y ambientales, permitiendo a los científicos de diferentes disciplinas, sociales y naturales, comprender y generar información con miras a buscar la coexistencia sustentable entre humanos y naturaleza. A partir de esta herramienta, Liu y sus colegas en todo el planeta intentan demostrar que la biología, las ciencias forestales, la geografía y las ciencias sociales no son áreas aisladas, sino en constante interconexión.
A diferencia del efecto mariposa, el teleacoplamiento puede utilizarse para evaluar fenómenos que cubren escalas mucho mayores de tiempo y distancia, a la vez que mide, de manera dinámica, las retroalimentaciones entre las variables, en ambas vías. Además, incorpora modelos que están diseñados para medir con exactitud los impactos y las retroalimentaciones entre puntos clave, pero también en cualquier punto intermedio.
De hecho, en su forma más pura, el teleacoplamiento parte de la complejidad e interdisciplinariedad, y aprovecha los modelos matemáticos y computarizados de las conexiones globales para evaluar los flujos y las retroalimentaciones, los agentes, las causas y los efectos a través de la distancia y del tiempo.
Los tipos de interacciones complejas que pueden manejarse mediante el teleacoplamiento abarcan, por ejemplo, eventos expansivos, como brotes epidémicos, que generan inmensas implicaciones sociales, ambientales y económicas. En un artículo publicado por Liu et al en Ecology and Society, y que fue considerado por esa revista especializada como el mejor artículo de 2013, el equipo refiere, como caso ejemplar, el incremento de soya importada por China desde Brasil, y empleada para el alimento de los cerdos. Este comercio bilateral tiene un importante papel en los precios y mercados internacionales, pero también en la emisión de carbono, en los ecosistemas, y en la forma de vida de muchos sistemas humanos y naturales acoplados, tanto en esos países como en otras partes del mundo.
Señala Liu que una sola política pública, un evento natural, un cambio en el mercado pueden provocar una cascada de sucesos que resonarán en todo el planeta. Por ello, consideró necesaria una herramienta, y un concepto, que permita comprender esas interacciones distantes.
En un ejemplo más reciente de perturbaciones complejas, publicado en la revista Science, un equipo internacional de científicos, dirigido por Rodolfo Dirzo, de la Universidad de Stanford, a partir de una exhaustiva revisión de literatura científica y análisis de datos calculó que las actividades humanas amenazan, o han puesto en riesgo de extinción, a entre 16 y 33 por ciento de todas las especies de vertebrados. Entre éstos, enfrentan la mayor tasa de declinación los mamíferos mayores, como osos polares, elefantes, rinocerontes, y muchos otros, en una tendencia muy similar a la observada en extinciones masivas anteriores.
Explican los investigadores que, si bien estas especies representan un porcentaje relativamente bajo del total de animales, su pérdida tendría una serie de efectos que podría debilitar la estabilidad de otras especies y, en algunos casos, incluso la salud de los humanos. El estudio refiere que, en experimentos realizados en Kenya, donde se aislaron zonas sin este tipo de megafauna, las áreas fueron rápidamente ocupadas por roedores. Con el cambio de habitantes, aumentó la cantidad de hierba y de matorrales, reduciéndose la compactación del terreno. Esto permitió que se duplicara la cantidad de roedores y, con ellos, la abundancia de los parásitos que albergan, incrementando el riesgo de transmisión de enfermedades para animales y humanos. Parece increíble que la simple ausencia de elefantes o jirafas tenga consecuencias tan extendidas; pero, de nuevo, es una cuestión de complejidad.
En el mismo artículo se detalla también una constante pérdida global de invertebrados como mariposas, arañas, gusanos y escarabajos, cuya población se ha reducido 45 por ciento en los últimos 35 años, coincidiendo con la duplicación de la población humana. Igual que con los animales mayores, esta disminución se debe, principalmente, a la privación de hábitat y al cambio climático global. Pero, por mucho que nos disgusten algunos de esos invertebrados, los efectos de su pérdida probablemente repercutirán en nuestra vida diaria, no sólo porque muchos insectos polinizan casi 75 por ciento de los cultivos mundiales, sino también por su importante papel en el ciclo de nutrientes y la descomposición de la materia orgánica, que contribuyen a la productividad de los ecosistemas. Sin contar con que todo eso tiene también consecuencias económicas.
En resumen, de la Primera Guerra Mundial a la posible extinción de algunas especies de insectos, el teleacoplamiento podría darnos algunas pistas de conocimiento. Después de todo, la batalla por la sustentabilidad de este planeta, con todos sus habitantes, debe pelearse simultáneamente en muchos frentes.
Verónica Guerrero (paradigmaxxi@yahoo.com)
Información adicional:
Sistemas Humanos y Naturales Acoplados (CHANS, por sus siglas en inglés), son sistemas integrales en los que interactúan humanos y elementos naturales. Esta investigación ha surgido recientemente como un campo de integración de investigaciones científicas intradisciplinarias para encontrar soluciones sustentables que beneficien el ambiente y, a la vez, permitan la prosperidad de las personas.
CHANS-Net es la red internacional de investigación en sistemas humanos y naturales acoplados.
When the world’s hyperconnectivity impacts sustainability
Biologist warn of early stages of Earth’s sixth mass extinction event
Fuentes:
Liu, J., Hull, V., Batistella, M., DeFries, R., Dietz, T., Fu, F., Hertel, T., Izaurralde, R., Lambin, E., Li, S., Martinelli, L., McConnell, W., Moran, E., Naylor, R., Ouyang, Z., Polenske, K., Reenberg, A., de Miranda Rocha, G., Simmons, C., Verburg, P., Vitousek, P., Zhang, F., & Zhu, C. (2013). Framing Sustainability in a Telecoupled World Ecology and Society, 18 (2) DOI: 10.5751/ES-05873-180226
Dirzo, R., Young, H., Galetti, M., Ceballos, G., Isaac, N., & Collen, B. (2014). Defaunation in the Anthropocene Science, 345 (6195), 401-406 DOI: 10.1126/science.1251817
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