Bored Kitty

Hace tres meses, una investigación coordinada por Timothy Wilson, de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, suscitó cierta controversia. La serie de estudios, realizados con la participación voluntaria de estudiantes universitarios, y más tarde con una muestra mayor de personas, buscaba averiguar si, en ausencia de otros estímulos, la gente disfruta con su solo pensamiento deliberativo; esto es, permaneciendo durante 15 minutos concentrados en pensamientos positivos o felices, como éxitos pasados, intereses actuales o planes futuros. En otras palabras, pensamientos guiados conscientemente, y no una mera divagación de la mente. Al terminar cada sesión, los voluntarios debían calificar esta experiencia de acuerdo con lo agradable, entretenida o aburrida que le había parecido.

Casi la mitad de los 409 participantes calificó la experiencia como “ligeramente agradable”, “ligeramente entretenida”… pero “ligeramente aburrida”. En palabras del equipo, en lugar de interpretar qué significaba para los participantes calificar algo como “ligeramente agradable” y, al mismo tiempo, “ligeramente aburrido”, prefirieron comparar estas evaluaciones en diferentes condiciones experimentales, para observar su comportamiento real.

Al final de los diez experimentos, el equipo de Wilson observó que, cuando menos entre 32% y 54% de los participantes admitió haber desobedecido las instrucciones de limitarse a pensar y “realizó otras actividades”, como usar sus celulares, o hacer la tarea escolar. Asimismo, la mayoría de los voluntarios indicó que prefería realizar otro tipo de actividades, como mirar televisión, leer un buen libro o navegar en las páginas sociales de la red.

Por último, en el décimo experimento, un grupo de voluntarios recibió una ligera descarga eléctrica, similar a la que transmite la electricidad estática. Tres cuartas partes del grupo afirmó que prefería pagar por no sufrirla de nuevo. Quienes así pensaban fueron elegidos para la sesión de “pensar en soledad”, durante la cual podrían, a voluntad, administrarse una nueva descarga en el tobillo. Como resultado, 67% de los varones y 25% de las mujeres participantes efectivamente se aplicó voluntariamente una nueva descarga, ¡y 17% lo hizo más de una vez! Curiosamente, estos participantes dieron a la experiencia general de los quince minutos la misma calificación que los voluntarios que no se habían autoinfligido las descargas eléctricas.

A partir del total de resultados, el grupo de Wilson concluyó que pese a que indudablemente todas “las personas a veces pueden absorberse en ideas interesantes, fantasías emocionantes y ensoñaciones placenteras… puede resultar particularmente difícil guiar nuestros pensamientos hacia direcciones placenteras y mantenerlos allí”.

Sin embargo, en el caso específico de los voluntarios que eligieron darse las descargas, los investigadores sugirieron que esta conducta estuvo motivada por el deseo de evitar la aversión a “simplemente pensar”, y que “simplemente estar solos con sus pensamientos durante 15 minutos aparentemente fue tan desagradable, que llevó a muchos participantes a autoinfligirse una descarga eléctrica”.

Otros investigadores no están muy de acuerdo con esa sugerencia. En un comentario publicado en Frontiers in Psychology, un equipo de neurociencia cognitiva de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, dirigido por Kieran Fox, ofreció varios argumentos en contra de dos conjeturas expuestas por el equipo de Wilson: la de que los “participantes en general no disfrutaron al pasar entre 6 y 15 minutos en una habitación consigo mismos sin nada más que hacer sino pensar” y la de que “muchos (participantes) prefirieron auto administrarse descargas eléctricas que estar solos con sus pensamientos”.

Al margen de la argumentación general de Fox et al., y de los contraargumentos de Wilson, la parte que me gustaría subrayar es la sección donde se cuestiona qué pudo llevar a los participantes que así lo hicieron a autoinfligirse una nueva descarga eléctrica (o más). Específicamente, ¿fue mera curiosidad, fue aburrimiento… O ambos?

Señala el equipo de Fox que los datos reunidos por el grupo de Wilson sobre las motivaciones para darse las descargas adicionales indican que, de los 18 voluntarios, 14 refirieron haber sentido cierta curiosidad por la calidad de la descarga o sus efectos, y cuatro de los 18 mencionaron el aburrimiento como el motivo. Agrega que, según las escalas de Wilson, “aburrimiento no es idéntico a displacer (desagrado)”, y “por tanto el aburrimiento no puede considerarse indicativo de aversión o desagrado”.

Aunque en este contexto no se considere idéntico, tal vez ambas sensaciones sean igualmente incómodas… o peor.

De acuerdo con la respuesta de Wilson et al. al argumento de Fox, hablar de “curiosidad” se contrapone al hecho de que todos estos participantes ya habían experimentado la descarga antes del periodo de 15 minutos de “pensamientos”, y precisamente aquellos que aseguraron que preferían pagar para evitar otra descarga fueron elegidos para el experimento. De hecho, agrega que muchos de estos participantes en realidad estaban interesados en saber qué tan desagradable sería la segunda descarga (o las posteriores). Asimismo, refiere que los participantes no calificaron cuánto disfrutaban con solamente pensar, sino cuánto habían disfrutado un periodo durante el cual tenían que dedicarse a pensar (y, en este caso específico, a recibir descargas). De aquí deduce que, si las personas se dieron las descargas porque estaban aburridas, y estas descargas los ayudaron a aliviar ese aburrimiento, no resulta sorprendente que calificaran la experiencia general igual que quienes no se dieron descargas.

¿Será esto un indicio de una posible relación entre aburrimiento, curiosidad y aversión al aburrimiento?

Por ejemplo, Heather Lench, especialista en emociones de la Universidad A&M de Texas, piensa que igual que otras emociones que probablemente fueron útiles para nuestra supervivencia, el aburrimiento debe tener alguna utilidad. Tras revisar evidencias de varios estudios, Lench sugiere que existe un fuerte vínculo entre el aburrimiento y uno de nuestros rasgos más característicos: la curiosidad. En términos simples, el aburrimiento nos ha impedido estancarnos en antiguas ideas y formas de vida, impulsándonos a explorar nuevos territorios, nuevas ideas y nuevos objetivos.

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Tal vínculo entre aburrimiento y creatividad ha sido estudiado por Sandi Mann y Rebekah Cadman, de la Universidad de Central Lancashire en el Reino Unido. En un experimento, estas investigadoras pidieron a 40 personas que, durante 15 minutos, realizaran una tarea tediosísima, copiar los números de un directorio telefónico. Más tarde, junto a un grupo de control, se les pidió que realizaran una actividad creativa, en la que tuvieron mejores resultados quienes habían realizado primero la tarea tediosa.

Para averiguar si el factor central de este resultado había sido la posibilidad de dejar volar la imaginación, en un segundo experimento se incluyó a otro grupo de participantes que, en lugar de copiar los números, sólo debían leerlos. Esta vez, fueron estas personas quienes exhibieron mayor inventiva en la tarea creativa. Esto sugiere que las tareas más pasivas y tediosas pueden permitirnos mayor libertad de pensamiento, lo que lleva a formas de pensar más asociativas y creativas.

En resumen, la inactividad sin ningún tipo de estímulo puede llevarnos a un aburrimiento incómodo, mientras que cualquier actividad que ofrezca un estímulo mínimo, repetitivo o mecánico, por aburrida que parezca puede despertar nuestra creatividad, y posiblemente sea ésta la razón de que algunas de nuestras mejores ideas nos lleguen mientras nos duchamos, o cuando estamos lavando los trastes.

También a esta conclusión llegó un equipo de la Universidad de Chicago, encabezado por Ravi Mehta. Tras realizar cinco experimentos, demostraron que, a diferencia de los ruidos estridentes, que impiden la creatividad, un ruido ambiental moderado, que incluso puede pasar desapercibido por nuestra conciencia, mejora el desempeño en tareas creativas. Esto significa que tener un mínimo de distracción ayuda a desplegar nuestra creatividad y –yo agregaría– a reducir el aburrimiento, aunque se trate de un ruido monótono y repetitivo (o tal vez precisamente porque lo es).

Podríamos aventurar que, sin un poco de aburrimiento no alcanzaríamos una parte importante de nuestro talento creativo. Debido a este beneficio, Mann piensa que no deberíamos tenerle tanta aversión al aburrimiento. Por el contrario, aprovecharlo para dejar volar la imaginación… con algún estímulo mínimo añadido. Resulta plausible pensar que, en los experimentos de Wilson, el factor faltante fuera este estímulo mínimo.

Sin embargo, el aburrimiento tiene una faceta más oscura, cuando se convierte en un estado mental peligroso, que daña nuestra salud o incluso resta años a nuestra vida; pues no es lo mismo sentir un aburrimiento temporal que padecer aburrimiento crónico. Es probable que, durante la vida, todas las personas, incluidas aquellas con gran imaginación, sintamos uno o muchos episodios de aburrimiento temporal. Estamos acostumbrados a un mundo que constantemente nos ofrece estímulos, lo que hace difícil concentrar la mente en una única línea de pensamiento. El resultado es el aburrimiento, y la búsqueda de más estímulos. Esa búsqueda de escapes algunas veces puede llevarnos a asumir riesgos que en ocasiones resultan dañinos, y es posible que explique por qué quienes se aburren constante o crónicamente suelen presentar adicciones o conductas poco saludables o seguras.

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Al explorar los motivos de aburrimiento, John Eastwood, de la Universidad York, en Canadá, ha llegado a la conclusión de que no es necesario ser una persona aburrida para sentir aburrimiento. El investigador distinguió dos tipos de personalidad con propensión a padecer aburrimiento crónico. El primero corresponde a individuos impulsivos, que buscan constantemente nuevas experiencias porque el mundo les resulta “crónicamente poco estimulante”. El segundo caso es su contrario: individuos que sienten que el mundo es un lugar inseguro y temible, por lo que se rehúsan a abandonar su zona de confort y, en consecuencia, se aburren crónicamente.

En todo caso, Eastwood ha sugerido que detrás del aburrimiento crónico puede existir un problema existencial más profundo, que se extiende más allá de las circunstancias inmediatas, así como la necesidad de encontrar un sentido para nuestra vida. De acuerdo con sus investigaciones, a lo largo del tiempo los cambios de perspectiva hacia la vida que tienen las personas modifican su nivel de aburrimiento, de manera que los individuos para quienes la vida adquiere sentido manifiestan experimentar menos aburrimiento que aquellos que perciben que su vida perdió el sentido. Curiosamente, en los estudios de Eastwood, ni la depresión ni la ansiedad presentaron la misma relación con el aburrimiento.

Su conclusión tiene una faceta optimista. En otra investigación, el equipo de Eastwood manipuló la percepción del sentido de la vida que tenía un grupo de voluntarios, tanto negativa como positivamente, y como resultado observó un cambio notable y correspondiente en la sensación (positiva o negativa) de aburrimiento que éstos habían informado tener antes del experimento. Tales resultados sugieren que, si constantemente sentimos fastidio, o mero aburrimiento, sería prudente atender esta emoción y, en palabras de Eastwood, “preguntarnos qué intenta decirnos… y qué debemos hacer”.

*(:| yawn

Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)

Fuente:
Wilson, T., Gilbert, D., Reinhard, D., Westgate, E., & Brown, C. (2014). Would you fund this movie? A reply to Fox et al. (2014) Frontiers in Psychology, 5 DOI: 10.3389/fpsyg.2014.01428

 

Información adicional:
Thomas Goetz, Anne C. Frenzel, Nathan C. Hall, Ulrike E. Nett, Reinhard Pekrun, Anastasiya A. Lipnevich. Types of boredom: An experience sampling approach. Motivation and Emotion, 2013; DOI: 10.1007/s11031-013-9385-y

Psychology: Why boredom is bad… and good for you

Coffitivity.com

Crédito de las imágenes:

«Bored Kitty» by Maia C. Cortesía de Flickr. Algunos derechos reservados.

«Bored student», cortesía de Big Think. Algunos derechos reservados.

«Ed Butcher» by PunchMeIBleed. Cortesía de Deviantart. Algunos derechos reservados.

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