Working Like a Dog

La historia compartida por humanos y canes posiblemente tiene entre once mil y 32 mil años, cuando algunos lobos con características singulares comenzaron a merodear cerca de los campamentos humanos. Ésta, probablemente la primera domesticación realizada por los humanos, se basó en la selección de una conducta, a diferencia de las domesticaciones posteriores, que más bien buscaban obtener productos de animales como vacas, ovejas, cerdos o aves de corral. Desde entonces, los perros han sido apreciados por su habilidad para realizar muchos trabajos, en labores físicas, de ayuda y compañía. Por esta razón, la evolución de la especie canina tuvo una adaptación notablemente rápida, en un entorno construido y definido por los requisitos y necesidades del ser humano.

Como aun desde jóvenes, los perros son propensos a responder emocionalmente hacia los humanos, una de las teorías más reconocidas sobre la domesticación del perro indica que seleccionar a aquellos animales que sentían menos agresividad y miedo hacia los humanos permitió aprovechar las habilidades naturales caninas, heredadas de los lobos, para forjar una cooperación y comunicación entre ambas especies. Ya que los lobos suelen interactuar entre sí de manera tolerante y cooperativa, trasladado este rasgo a los perros implicaría que, con la socialización adecuada, estos tendrían que exhibir la misma cooperación y comunicación, tanto con los humanos como con sus congéneres. De aquí, la hipótesis concluye que la selección para obtener animales menos agresivos produjo, como subproducto, un aumento en la cooperación, así como otras modificaciones en las habilidades sociales y cognitivas de los canes.

Los psicólogos Friederike Range y Zsófia Virányi, del Instituto de Investigación Messerli, en la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena, se cuestionaron si la historia realmente pudo ser así. Se encontraron con que existen pocas evidencias de que seleccionar a los perros para reducir su agresividad hacia los humanos hubiera producido una reducción general de su agresividad y, como consecuencia, una mayor tolerancia y cooperación, no sólo hacia los humanos, sino también hacia sus compañeros perrunos.

Por ello, realizaron un estudio sobre los rasgos de agresividad y cooperación de perros y lobos –que fue publicado en el libro The Social Dog: Behavior and Cognition (Elsevier, 2014)–, en el que pusieron una serie de pruebas a perros, y a varios lobos criados en el laboratorio. Para comenzar, formaron cuatro jaurías de perros y cuatro manadas de lobos acostumbrados a la presencia humana, cada grupo integrado por entre dos y seis animales.
En uno de los desafíos, colocaron parejas de perros, con distinta jerarquía, enfrente de un plato de alimento. Más tarde hicieron lo mismo con los lobos. Entre los perros, generalmente el de mayor rango monopolizaba la comida; en contraste, las parejas de lobos tenían el mismo acceso al alimento, sin importar su rango, y comían al mismo tiempo. Si bien algunos de los lobos más dominantes exhibieron cierta agresividad hacia sus subordinados, en el caso de los perros, los de menor rango ni siquiera intentaron acercarse a la comida de sus superiores.

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Los investigadores también comprobaron que, en general, los lobos cooperan mucho entre sí, y cuando tienen un desacuerdo o deben tomar una decisión grupal, primero realizan una intensa comunicación. Tal parece que ficciones como la que narra “El libro de las tierras vírgenes”, de Rudyard Kipling, en la que presenta una “asamblea” lobuna, deben tener algún trasfondo de realidad. Por el contrario, en los grupos de perros, cualquier mínima transgresión de los subordinados solía ser castigada agresivamente por los perros de mayor jerarquía.

En resumen, comprobaron lo que expertos como Cesar Millán tienen muy claro: así como es jerárquica la relación entre los perros de un grupo, esta jerarquía se extiende a sus relaciones con los humanos, donde nosotros ocupamos el lugar “alfa”.

Investigaciones previas sustentan estos resultados. Por ejemplo, Doris Feddersen-Petersen, de la Universidad de Kiel, en Alemania, analizó en 1991 las interacciones entre lobos y perros de raza poodle, que vivían en grupo o separados. Así encontró que hacia el tercer o cuarto mes de edad, los lobos macho ya habían sido dominados por los perros macho, que de esta forma obtenían prioridad de acceso a los alimentos o a los mejores lugares. Más recientemente, esta psicóloga sugirió la posibilidad de que los niveles de agresión entre los canes se deban a que los perros carecen de muchas de las estrategias que usan los lobos para resolver sus conflictos, y atribuyó esta incapacidad canina a dos factores: su adaptación a la vida con humanos, que cambió su foco de atención y de motivación, amoldando sus habilidades de comunicación para la interacción con humanos, y a un déficit en la comunicación visual con sus congéneres, producida por la alteración de sus características físicas, que redujo sus expresiones visuales.

Range y Virányi han observado con anterioridad que los lobos criados por humanos, y que hoy viven en grupo, siguen la mirada de sus semejantes y pueden imitar sus acciones para resolver ciertos desafíos. Como convivieron con humanos, también siguen la mirada humana, usándola como guía, pero fijan más la vista en sus congéneres.

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De acuerdo con un estudio independiente, de Shiro Kohshima y colegas de la Universidad de Kyoto, en Japón, que asoció en especies de cánidos la comunicación visual, y un consecuente comportamiento social, con patrones de color en ojos y pelaje facial que hacen más conspicua la mirada, esta relación es más evidente en el lobo gris. En particular, el equipo de Kohshima verificó la hipótesis de que estos patrones de color, que acentúan la mirada, sirven principalmente para establecer una comunicación visual entre congéneres. Esto se corresponde con el hecho de que los lobos grises de Range y Virányi miraran durante menos tiempo a los humanos que a sus congéneres.

Por el contrario, aunque los perros comparten con los lobos una base genética para comunicarse visualmente con otros perros, suelen fijar la mirada por más tiempo en los humanos que en sus congéneres, lo que sugiere que ésta podría ser otra característica que se seleccionó artificialmente.

Tales conclusiones llevan a replantear tanto la idea de que perros y humanos trabajan en colaboración, como la propia hipótesis de que fue la domesticación lo que desarrolló en los perros la capacidad de cooperar. En opinión de Range y Virányi, es más probable que nuestros ancestros criaran perros para hacerlos obedientes y dependientes de los humanos. En esta relación, el humano manda y el perro obedece; fue este rasgo lo que verdaderamente se privilegió conforme los cooperativos lobos se convirtieron en perros.

Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaxxi@yahoo.com)

Fuentes:
Zsófia Virányl and Friederike Range. “On the Way to a Better Understanding of Dog Domestication: Aggression and Cooperativeness in Dogs and Wolves”, en The Social Dog: Behavior and Cognition. Editado por Juliane Kaminski y Sarah Marshall-Pescini. Elsevier, 2014.

Ueda S, Kumagai G, Otaki Y, Yamaguchi S, & Kohshima S (2014). A comparison of facial color pattern and gazing behavior in canid species suggests gaze communication in gray wolves (Canis lupus). PloS one, 9 (2) PMID: 24918751

Información adicional:
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Crédito de la imagen:
Working Like a Dog by Kevin Miller (cortesía de flickr bajo licencia de Creative Commons).

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