Texto y fotografías por: Alejandro Ganesh Marín (Invitado del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vida Silvestre)

Agazapado en la obscuridad, rodeado por un paisaje oculto, una nada anunciada. Con olores, sonidos, sensaciones e imaginaciones de lo que me rodea, invisible a mis ojos.  Así espero a los demás, en un recoveco de la cueva de Juxtlahuaca, con mi lámpara apagada a varios metros bajo tierra. Estoy apoyando en una salida de investigación del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres. Nos encontramos en una cueva a 52 km al sureste de Chilpancingo en Guerrero. ¿El motivo científico?: encontrar y capturar murciélagos, particularmente crías y madres, de la especie Leptonycteris yerbabuenae. El motivo oculto, pero siempre palpitante: un profundo deseo de explorar, de saber qué hay más allá de las sombras platónicas que habitan en cada persona.

Paisaje dentro de la cueva de Juxtlahuaca, Gro. Es la evidencia del tiempo donde el agua, el viento y las reacciones químicas con las diferentes rocas han formado asombrosos espeleotemas durante miles de años.

Fig. 1: Paisaje dentro de la cueva de Juxtlahuaca, Gro. Es la evidencia del tiempo donde el agua, el viento y las reacciones químicas con las diferentes rocas han formado asombrosos espeleotemas durante miles de años.

Afuera de la cueva, después de recuperar nuestras fuerzas con un pozole verde típico de esa región Guerrerense, empezamos experimentos de conducta con los murciélagos. Begoña Iñarritu, amiga de años y tesista de este proyecto en particular, intenta descifrar algo que para cualquier madre debería de resultar fácil: distinguir a su hijo del resto. Pero que en el caso de murciélagos -voladores, nocturnos, habitantes de cuevas y aparentemente antípodas a nuestro entendimiento-, no sabemos cómo lo logran. Distinguir a sus crías es más complejo para las madres murciélago, y para Begoña, porque lo tiene que estudiar científicamente, por el hecho de que cuando ellas salen por alimento cada noche, dejan a los bebés agrupados en sitios particulares de la cueva en lo que los ecólogos denominan “parches de crías”. Así, todas las crías juntas forman en el techo de la cueva un mosaico vivo de cabecitas rosadas, carentes de individualidad para los ojos humanos. Sin embargo, se sabe que cuando sus madres vuelven del festín de néctar y polen, cada una de ellas llega a su cría con precisión imantada.

La cueva de Juxtlahuaca, en Guerrero, es un refugio de maternidad para el murciélago L. yerbabuenae. Durante el invierno, las hembras de esta especie dan a luz y cuidan aquí a sus crías.

Fig. 2: La cueva de Juxtlahuaca, en Guerrero, es un refugio de maternidad para el murciélago L. yerbabuenae. Durante el invierno, las hembras de esta especie dan a luz y cuidan aquí a sus crías.

Es el segundo día de cueva, aún tengo en el paladar el sabor del café del desayuno, cuando ya estoy caminando con guano hasta las rodillas. Mientras más avanzo el aire me parece más pesado, y el olor del guano se hace más fuerte a cada paso. Pasan los minutos, aparecen y desaparecen las evidencias de agua, aire y tiempo hechas ya roca [estalagmitas y estalactitas] ante los haces de luz que portamos en la cabeza, misma que nos duele por la carencia de oxígeno. -¿Tenemos los suficientes murciélagos?- pregunta alguien, -ya los tenemos- responden al otro lado de la obscuridad. Volvemos a la superficie.

Las noches en aquel pequeño hotel convertido en laboratorio de conducta, se nos pasan observando y grabando en video a las madres y sus crías capturadas hace unas horas. Rodrigo Medellín, embelesado con esas crías-criaturas con poco pelo, se dedica a alimentarlas con jugo de mango mientras las separamos de sus madres. El resto nos dedicamos a ensamblar un laberinto en forma de “Y” del tamaño de una mesa de cocina, con el cual, estamos por probar la hipótesis de que las madres distinguen a las crías por su olor particular. Para esto, al final de uno de los brazos del laberinto ponemos un hisopo impregnado con el olor de la cría -que en ese momento está bajo los cuidados maternos del Dr. Medellín-, y en el otro brazo un hisopo sin olor. Después colocamos a la madre  -ansiosa de volver con su cría- al principio del laberinto y observamos si tiene preferencia por alguno de los dos brazos de la “Y”. Horas, madres, hisopos y anécdotas de otros viajes, van pasando hasta que el amanecer se hace inminente. Draculianamente desmontamos todo, humanos y murciélagos nos vamos a dormir unas horas.

Fig. 3: La madre de L. yerbabuenae amamantará a su cría aproximadamente por diez semanas. Sin embargo, los biólogos piensan que desde la cuarta semana la cría ya es capaz de volar.

Fig. 3: La madre de L. yerbabuenae amamantará a su cría aproximadamente por diez semanas. Sin embargo, los biólogos piensan que desde la cuarta semana la cría ya es capaz de volar.

Parados en la entrada de la cueva en el tercer día, mientras me pongo las botas de hule, no dejo de preguntarme ¿qué es lo que nos mueve a investigar?, ¿cuál es la curiosidad de fondo que nos lleva a descifrar nuestro alrededor?, ¿qué es lo que nos motiva a llegar a las cimas más altas, las simas más bajas, atravesar el ártico y los océanos, entender otras especies, [explorar]? Podría ser el mismo motivo de la épica respuesta que dio el alpinista inglés George Mallory cuando le preguntaron: ¿Por qué subir al Everest? —“Porque está ahí”—. O quizá como dice el explorador y escritor Mark Jenkins, es por el deseo de ir más allá, de explorar. Pienso que es parte de un narcisismo consumado, alimentado de lo que es único y de sabernos en aquel sitio remoto, de haber dejado la primera huella, de estar de frente con esa especie nunca antes descrita, de ver reflejada en la hazaña una prueba de nuestra curiosidad [emblema de nuestra humanidad]. Los demás miembros del grupo se adentran en la obscuridad, dejo mis divagaciones para después, ajusto las botas, enciendo la lámpara y cueva adentro.

Fig. 4: Con el agua hasta el pecho Begoña y el Dr. Medellín atraviesan una sección inundada de la cueva de Juxtlahuaca, Gro.

Fig. 4: Con el agua hasta el pecho Begoña y el Dr. Medellín atraviesan una sección inundada de la cueva de Juxtlahuaca, Gro.

Salimos de la obscuridad de la cueva, pero llegamos a la obscuridad estrellada de la noche, nos tardamos más de lo previsto. Recomenzamos los experimentos sin demora. Esta vez, somos más eficientes montando las cámaras y el laberinto, analizamos con más detalle los movimientos de la madre en el laberinto experimental. Avanza la noche y las tazas de café. Al amanecer, cuando todas las madres y crías ya están juntas de nuevo, nos reunimos para analizar los datos. Esperamos observar algún patrón que confirme la hipótesis del reconocimiento por olfato, pero con los datos obtenidos no es tan evidente, al menos no en este viaje. Así es la ciencia. Así es la ecología de la conducta, y afortunadamente para Begoña y el equipo del laboratorio, todavía quedan muchas salidas al campo por delante para comprobar o descartar tal hipótesis. Nos vamos reflexivos a la cama, a dormir unas horas.

Fig. 5: Las antoditas, o flores de piedra, son unos de los espeleotemas más delicados y bellos ya que se forman de delgados cristales de aragonita.

Fig. 5: Las antoditas, o flores de piedra, son unos de los espeleotemas más delicados y bellos ya que se forman de delgados cristales de aragonita.

Con varias tazas de café encima, estamos de vuelta en la cueva por cuarto día para devolver a las crías junto con sus madres al resto del grupo. Básicamente lo que tenemos que hacer es entrar rápido, buscar un sitio donde hay más de su especie, liberarlos y salir. Una vez hecho esto, el guía nos dice que más al fondo de la cueva hay un área cubierta de cristales de carbonato de calcio, conocidos como flores de aragonita. Imposible dejar pasar la oportunidad, es demasiada la curiosidad, nos adentramos a buscarlas.

Con esa fatiga alegre de haber trabajado arduamente y haberlo disfrutado, vamos de regreso a la ciudad de México, estamos satisfechos. Escuchando la radio en algún punto de la carretera me pierdo, sigue en mi cabeza la idea sobre la tenacidad del deseo de explorar. Me asombra pensar en el poder de la curiosidad, los sitios a los que ha llevado al ser humano, las explicaciones y teorías que han surgido a partir de ella. Volvemos a nuestras casas, al tráfico y a la cómoda rutina, pero nos mantenemos atentos -dejamos las botas en suspenso-, nunca se sabe qué nueva aventura se encuentre a la vuelta de la esquina.