El pasado 8 de junio, un boletín de la Universidad de Reading, en Inglaterra, anunció que un programa informático “marcó un hito” en la investigación y desarrollo de la inteligencia artificial (IA), al conseguir la victoria en el Turing Test 2014, organizado por esa universidad en la Real Sociedad de Londres.
La icónica, aunque muchas veces malinterpretada “Prueba de Turing” fue ideada originalmente en 1950, por el matemático Alan Turing, considerado el padre de la informática moderna, con el propósito de evaluar si una computadora puede exhibir una inteligencia indistinguible de la humana.
El programa en cuestión es realmente un script, o conjunto de instrucciones, en la forma de un chatbot, un personaje virtual diseñado precisamente para imitar una conversación inteligente. Este “chatbot”, llamado Eugene Goostman, simula ser un niño ucraniano de 13 años, cuyo idioma materno no es el inglés (el lenguaje en el que se realizó la prueba). Sus autores son Vladimir Veselov, de origen ruso, y el ucraniano Eugene Demchenko.
De acuerdo con el boletín de Reading, el personaje Eugene “consiguió convencer a 33% de los jueces humanos”, que fueron 30, de que estaban conversando con otro humano, algo que “ninguna otra computadora había conseguido hasta ahora”.
Desde luego, esto ha creado una controversia en el mundo cibernético, pues no pocos expertos en el tema afirman que, en realidad, el éxito de Eugene no representa una victoria real, cuando menos en lo que toca a una verdadera prueba de inteligencia. Entre ellos, Gary Marcus, científico cognitivo de la Universidad de Nueva York, encontró que Eugene es simplemente “un fragmento de software codificado”, que emplea el humor para evitar preguntas que no puede responder, y cuya “ilusión es transitoria”. De igual forma, Ray Kurzweil, especialista en ciencias de la computación, asegura, tras haber “platicado” con Eugene, que éste “no sigue la conversación, se repite palabra por palabra”, y a menudo responde con la típica inconsistencia de un chatbot. Mike Masnick, editor del blog Techdirt, nos recuerda que muchos otros chatbots también han afirmado antes haber aprobado la prueba de Turing, entre ellos Cleverbot, que convenció a 59% de sus jueces de que era humano. Pero Marc Andreessen, cofundador de Netscape, dio más directo en el blanco, cuando opinó que “la prueba de Turing siempre ha tenido un formato incorrecto”.
En efecto, la prueba original propuesta por Alan Turing, llamada “El juego de la imitación”, comenzó siendo un ejercicio para descubrir el sexo de dos participantes humanos, mediante preguntas escritas en terminales de computadora. Más tarde, Turing modificó el juego para sustituir a uno de los humanos por una computadora, que se haría pasar por humano. Así, propuso que, bajo estas condiciones, si cualquier juez tenía menos de 50 por ciento de probabilidades de pronosticar quién era el humano, la computadora debía ser una convincente simulación humana y, por tanto, “inteligente”. Aunque el mismo Turing no especificó los detalles de cómo administrar la prueba, ni sobre la duración del interrogatorio o el nivel académico de los jueces, actualmente ya no se elige entre un humano y una máquina, sino que uno o más jueces solamente deciden si creen que están “dialogando” con una persona. No resulta sorprendente que, desde su creación, la prueba de Turing sea tan controvertida.
Por una parte, aunque algunos expertos sugieren que esta prueba ofrece condiciones lógicamente necesarias y suficientes para atribuir inteligencia, otros señalan que sólo indica criterios plausibles, e incluso sólo probabilísticos, y algunos más, que rechazan el criterio conductista de Turing, argumentan que esta prueba no es ni suficiente, ni necesaria, pues para exhibir inteligencia, una máquina o sistema, realmente debería demostrar verdaderas capacidades cognitivas, como aprender de la experiencia, manejar situaciones novedosas, o explicar qué se siente estar vivo (algo que Cleverbot no consiguió, como verán más abajo*).
Por otra parte, si aceptamos que la inteligencia humana es una característica de la mente humana, tendríamos que restringir los criterios para incluir otros aspectos mentales, como deseos o emociones, que se ha demostrado son esenciales en la generación de nuestra conducta. Y aunque Eugene no los posea, desde un punto de vista funcional, que afirma que los estados mentales pueden realizarse (producirse) en casi cualquier tipo de material, no necesariamente orgánico, éstos, junto con la inteligencia, podrían existir algún día.
Aun si preferimos no abordar la problemática cuestión de una mente como sinónimo o base necesaria de la inteligencia, habría que redefinir el concepto de inteligencia artificial. Por ejemplo, se habla mucho de aparatos “inteligentes”, programados para realizar diferentes trabajos de la manera más eficaz o metódica. Hasta ahora, hemos conocido máquinas (o, más bien, sistemas) que superan a los humanos en diversas actividades, como el ajedrez, pero eso no significa necesariamente que sean inteligentes (en el sentido biológico), sino que pueden analizar una gran cantidad de datos a gran velocidad y sin pausa.
De regreso al “Juego de la simulación”, o “Prueba de Turing”, existen dos posiciones generales: Una afirma que su esquema general ofrece una buena evidencia de inteligencia (i.e., si algo puede pasar por persona durante condiciones suficientemente demandantes, tendremos buenas razones para suponer que es inteligente). La otra sostiene que una computadora programada adecuadamente podría pasar este tipo de prueba. En ambos casos, probablemente lo que vemos no es inteligencia, sino simulación de la inteligencia.
De hecho, una de las objeciones más populares a esta prueba se basa en declaraciones de Lady Lovelace (precursora de la computación, y en cuyo honor se bautizó el lenguaje de programación ADA): “La máquina analítica no tiene pretensiones de originar nada. Puede hacer todo lo que nosotros sepamos cómo ordenarle”.
Así, tal vez no sea necesario que un sistema de inteligencia artificial escriba un soneto para que nos sorprenda realmente, pero sí que nos explique por qué querría escribirlo.
Verónica Guerrero (paradigmaxxi@yahoo.com)
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