Texto por: Fernando Gual Suárez

Quien haya leído mi nota anterior (https://bit.ly/2uCVWhO) probablemente esperaría que hubiese aprendido la lección y, mediante el razonamiento científico más básico, aplicado mis hallazgos a otras precauciones en el campo además del uso de calzado adecuado. No obstante, como podrá inferir el lector, a veces no se aprende a la primera, y me hizo falta tropezar de nuevo para finalmente entender que hay que hacer caso a quien tiene más experiencia.

Verano de 2017. Estación de Biología Tropical “Los Tuxtlas”, Veracruz. Ante mi intento frustrado de tomar la materia de Biología de Plantas con el profesor que quería el semestre anterior, mi novia y yo decidimos aprovechar las vacaciones y tomar un curso que el Instituto de Biología de la UNAM ofrece en la Estación sobre taxonomía de plantas. Y, ¡qué lugar para estudiarlas! El calor infernal y la humedad sofocante, suficiente para evitar que el sudor se evapore, han generado las condiciones perfectas para la existencia de una bella selva (https://bit.ly/2K4dshr), en la que cada centímetro está cubierto por alguna forma vegetal, en apariencia todas diferentes. El paisaje se completa con inmensos insectos y ruidosos monos aulladores que visitan la Estación regularmente. Un poco más arriba, existen bosques de niebla con suelos profundos, helechos arborescentes y hongos de colores en cada pedacito de madera muerta.

Ahora, quien haya visitado Los Tuxtlas, o conozca un poco la historia de Veracruz, sabrá que los ecosistemas de la región han sufrido terriblemente por el uso de métodos agropecuarios insostenibles. Con el agotamiento progresivo de los nutrientes del suelo de cultivo vienen los pastizales inducidos, con ellos el ganado, y con el ganado —en combinación con el clima caluroso y húmedo— hordas implacables de pequeños parásitos que se pegan a todo vertebrado que tenga la mala suerte de pasar por ahí. Especialmente, algún humano que camine sin el suficiente cuidado…

El tercer día del curso visitaríamos un bosque de niebla conocido por ser particularmente abundante en garrapatas y por lo que los profesores nos aconsejaron tomar todas las precauciones pertinentes. Entre ellas: usar doble calcetín de tejido cerrado y meter los pantalones en ellos, usar botas lo más altas posible, usar camisa de manga larga y sin botones, fajarse, recogerse el pelo con un pañuelo e, inclusive, usar cinta adhesiva para sellar las uniones entre las prendas. “¿Qué es lo peor que puede pasar?”, pensé. Pudo más mi orgullo, y me rehusé a recogerme el pelo. Metí mis pantalones a los calcetines, pero éstos eran de tejido abierto y sólo un par («¿Doble? ¡Qué calor!»). Usé una camisa de manga larga y la metí al pantalón, pero el calor y el movimiento hicieron que al poco tiempo me la arremangara y que a ratos mi camisa se saliera. Quizás el ver a uno de los profesores usando botas de hule hasta las rodillas debió preocuparme aunque sea un poco pero, desafortunadamente, no fue el caso.

Después de un caluroso e incómodo camino en la cajuela de una camioneta, en el que entendí la verdadera escala de los potreros que cubren la región, rodeamos el volcán San Martín Tuxtla. Finalmente, comenzamos a subir al volcán, pero por el lado opuesto a la Estación. Aquí, el pago por servicios ambientales (https://bit.ly/2jiovIW), al menos hasta ahora, ha protegido grandes extensiones de bosque de niebla bien conservado. El mayor descubrimiento que hicimos fue un árbol de papaya (Carica papaya) silvestre: al igual que otros cultivos (incluyendo a unos favoritos del Laboratorio de Ecología y Conservación de Vertebrados Terrestres, los agaves), la papaya en cultivo sufre de baja diversidad genética, problema que puede mitigarse mediante la polinización entre las plantas cultivadas y las poblaciones de vida libre.

Figura 1: Fotografía obtenida de Helosis cayennensis fotografiada. Estas plantas, que encontramos en la selva alta, sólo se vuelven visibles cuando sus inflorescencias emergen del suelo; el resto del tiempo viven bajo tierra, alimentándose de otras plantas.

Ya en campo, otra recomendación de los profesores es  no arrastrarse ni sentarse en el suelo y evitar caminar por hierba alta y que las ramas toquen la cabeza. Todo esto, por supuesto, suena muy bien en la teoría, pero en la práctica no siempre es fácil: los caminos son estrechos, la vegetación cerrada y los obstáculos abundantes. En este caso, encontramos un grupo de inflorescencias de Helosis cayennensis, ocurrencia rara debido a que estas plantas son parásitas de otras plantas y sólo se hacen visibles cuando florean. El problema es que estaban detrás de una valla de alambre de púas, así que “¿Qué es lo peor que puede pasar?”, pensé, mientras me arrastraba por debajo del alambre para acercarme, desfajado y con el pelo suelto. Todo sea por la foto (Figura 1).

Más tarde, en un camino cerca de la Laguna Encantada, me encontré un sapo gigante (Rhinella horribilis, Figura 2) y tuve la brillante idea de cogerlo. ¿Por qué? “Porque soy mexicano biólogo”. Todo iba bien hasta que me di cuenta de que el sapo estaba cubierto de garrapatas de todos tamaños. Cuando vi cómo las más pequeñas comenzaban a caminar hacia mi brazo lo liberé, me sacudí y lavé las manos y di el asunto por terminado… ¡ojalá!

Esa noche, mientras trabajaba intentando identificar los ejemplares herborizados del día en la Estación, noté un pequeño lunar que no recordaba en mi antebrazo. Cuando lo examiné bajo el microscopio, me di cuenta de que el lunar tenía patas y estaba instalado en mi piel, alimentándose felizmente. Quité la garrapata con unas pinzas, desinfecté la herida con alcohol, y ya. Al rato, encontré otra. Luego otras dos, tres, cinco… Y esto era sólo en mis brazos. Más tarde, en el baño, me quité un total de no menos de veinte diminutas garrapatas, algunas de ellas de lugares francamente sorprendentes. ¿Dónde se concentraban? En mi espalda baja, donde no me había fajado bien, en mis brazos, probablemente un regalo de despedida del sapo, y en mis tobillos, donde mis calcetines habían hecho poco por detenerlas. Inclusive, un par de semanas después descubrí una última garrapata, oculta y ya de varias veces el tamaño original.

Figura 2: el sapo engarrapatado. Los puntos grises detrás de la glándula parotoide (el bulto detrás de los ojos, de donde los sapos secretan veneno para defenderse), en el lomo y debajo de los ojos son garrapatas.

A las garrapatas siguieron los pinolillos que, como más tarde aprendería, son pequeños ácaros de la familia Trombiculidae. Una docena de ronchas pequeñas en mis piernas, que inicialmente atribuí a mosquitos, comenzaron a crecer y a darme comezón a la mañana siguiente. Para la tarde, ésta era verdaderamente insoportable: una comezón que no dejaba pensar, no se quitaba rascándose y que daba ganas de arrancarse la piel. Una aplicación de Andantol (prestado, porque por supuesto yo no había tenido la precaución de llevarlo) y el sufrimiento se terminó. Evidentemente, mis calcetines permitieron que los ácaros pasaran como agua. Hasta donde sé, ningún otro miembro de la expedición, todos bastante más precavidos que yo, sufrió tal infestación.

Independientemente del asco y las molestias que pueden causar estos parásitos, hay varias enfermedades que pueden ser transmitidas por ellos. Quizás la más conocida y peligrosa, la enfermedad de Lyme, es relativamente nueva en México (https://bit.ly/2GI3YLg), lo que puede dificultar su diagnóstico y aumenta el riesgo de secuelas graves. Si bien una sola garrapata infectada es suficiente para transmitir ésta y otras enfermedades, la probabilidad de que esto suceda es claramente mayor si en vez de una se tienen veinte de ellas. Yo corrí con suerte.

Lección uno: seguir las recomendaciones de los profesores y protegerse lo más posible en el campo, así haga calor, sea incómodo o se vea uno ridículo. Lección dos: no ir por la vida cogiendo animales si no es necesario. En retrospectiva, recuerdo el asco que me causó descubrir garrapatas en partes innombrables de mi anatomía y me da risa. No obstante, esto sólo es así porque fui afortunado y no hubo consecuencias graves: abundan las historias en las que por un descuido semejante alguien sufrió la mordedura de un animal venenosos o intoxicación potencialmente letal, una infección tropical difícil de diagnosticar o simplemente que alguien se perdiera en algún paraje natural por días. Termino este relato dirigiéndome a las nuevas generaciones de estudiantes de biología y exactamente de la misma forma que el anterior: no dejen que un problema perfectamente evitable arruine la fantástica experiencia de la biología de campo.