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La larga y controvertida historia de la hipnosis probablemente se remonta a hace algunos miles de años, aunque el ingreso de esta técnica en los campos de la psicología, psiquiatría y neurología (si bien con el pie incorrecto) probablemente se debió, cuando menos en parte, a la popularización que de ella hizo el médico austriaco Franz Mesmer, a finales del siglo XVIII. Fue después de que el mesmerismo (o magnetismo animal) se transformara en neurohipnotismo (término acuñado por Étienne Félix d’Henin de Cuvillers en 1820), o hipnotismo (una abreviatura que posiblemente creó James Braid hacia 1840), que se profundizó el debate sobre sus bases fisiológicas, funcionamiento y consecuencias. En un extremo, Jean-Martin Charcot aseguraba que el hipnotismo era un estado anormal del funcionamiento nervioso, que sólo se observaba (¿lo adivinan?) en las mujeres histéricas. En contraste, Hippolyte Bernheim afirmaba que cualquiera podía ser hipnotizado, puesto que esta condición era parte del funcionamiento psicológico normal, cuyos efectos se debían a la sugestión.

Desde el nacimiento de la psicología como disciplina, en la segunda mitad del siglo XIX, la hipnosis comenzó a ser utilizada experimental y clínicamente por personajes tan dispares como el neurólogo Sigmund Freud o el fisiólogo Ivan Pavlov, y ya en el XX, el psicoterapeuta Milton Erickson la convirtió en parte esencial de sus tratamientos. No obstante, pese a la creciente aceptación de su empleo como técnica terapéutica que, mediante una sugestión específica, puede ayudar con situaciones que van de la relajación y el manejo de ciertas conductas adictivas, hasta problemas como el dolor crónico, la ansiedad o trastornos anímicos, ha continuado la discusión acerca de si la hipnosis provoca un estado mental alterado, totalmente distinto a la vigilia, o si tan sólo refleja un estado cognitivo similar a cualquier otro estado normal.

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En todo caso, la hipnosis terapéutica es muy distinta al hipnotismo como espectáculo, que mezcla elementos de manipulación, ambientación y teatralidad, y ha originado la errónea idea de que todo sujeto bajo hipnosis debe estar fingiendo. De hecho, la comprensión científica actual de la hipnosis contradice varios elementos de esa puesta en escena; por ejemplo, las personas en un trance hipnótico nunca se convierten en “esclavos”, sino que conservan en todo momento el libre albedrío, y tampoco “caen” en un estado semiinconsciente; por el contrario, en realidad mantienen una especie de hiperatención.

En este siglo, algunas investigaciones han buscado establecer la credibilidad de la hipnosis, observando sus efectos fisiológicos. Por ejemplo, en 2011, un grupo de científicos suecos y finlandeses ofreció evidencias de la existencia de un estado hipnótico genuino. Para ello, el equipo utilizó una metodología de alta resolución que rastreó la mirada de una voluntaria muy susceptible a la hipnosis, mientras le realizaban una serie de pruebas oculares que provocan el movimiento automático de los ojos. Así detectaron que la mirada de la participante se mantenía prácticamente “congelada”, con una fuerte reducción de movimientos involuntarios. Ninguno de los 30 participantes que no fueron hipnotizados, y sirvieron como grupo de control, pudo imitar esos cambios a voluntad. Estos resultados sugirieron que la hipnosis efectivamente puede implicar la manifestación de un estado mental distinto al del alerta normal, y aun así ser un estado consciente.

Dos años después, el mismo equipo encontró que es posible modular, mediante sugestión hipnótica, características de la percepción que se producen naturalmente de manera automática, como la experiencia del color, antes de que el estímulo llegue a la conciencia. Esta vez, los investigadores eligieron a dos individuos fácilmente hipnotizables, a quienes podían hacer entrar y salir del trance hipnótico utilizando una palabra clave. Primero, los científicos midieron la actividad cerebral de los voluntarios con un electroencefalógrafo, para observar su respuesta mientras veían figuras geométricas simples, rojas y azules, que aparecían brevemente en una pantalla. Más tarde, los participantes fueron hipnotizados, y recibieron la sugestión de que algunas figuras (como los cuadrados) siempre tendrían un color determinado (por ejemplo, rojo).

Tras salir del trance hipnótico, los voluntarios volvieron a observar las figuras, ya en un estado de conciencia normal y sin recordar conscientemente la sugestión. Aún así, uno de ellos informó que, cada vez que aparecía en la pantalla la figura sugerida, experimentaba un cambio inmediato de color, de azul a rojo. Esta experiencia específica estaba acompañada por una mayor actividad cerebral de alta frecuencia, una décima de segundo después de que aparecía el estímulo. Aunque el otro participante no experimentaba el cambio de color, indicó que cada vez que veía la figura determinada, con su color real, su cerebro le “indicaba” que era de otro color.

El equipo nórdico infirió que la actividad cerebral observada reflejaba que el cerebro comparaba automáticamente el estímulo real con una representación en la memoria. La sugestión hipnótica había provocado que en el cerebro se activara un recuerdo determinado cada vez que aparecía un cuadrado, que en el primer voluntario fue lo suficientemente fuerte como para imponerse, de manera preconsciente, sobre el color real de la figura. Estos resultados señalaron que, lejos de ser un producto de la imaginación, guiada voluntariamente por los participantes, la hipnosis permitió que se creara un rastro en su memoria, que afectaba la etapa preconsciente de su proceso visual.

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Escena en la que Charcot demuestra la hipnosis en la paciente «histérica» del Hospital Salpêtrière «Blanche» (Marie Wittmann), quien es sostenida por Joseph Babiński, capturada en la obra «Lección clínica en el Salpêtrière» del pintor André Brouillet.

Verificar científicamente una técnica como la hipnosis, que durante siglos ha estado rodeada de misterio, mitos y exageraciones, ha permitido ampliar su aplicación a casos incluso más delicados, como cirugías cerebrales en las que los pacientes deben permanecer conscientes. Con todo, no se había resuelto por completo la cuestión de cómo funciona en el nivel fisiológico del cerebro, principalmente porque en su mayoría, los estudios han observado el cerebro de sujetos bajo hipnosis simplemente para detectar sus efectos sobre el dolor y otras percepciones.

Por ello, en fecha más reciente, un equipo de la Universidad de Stanford, dirigido por el profesor David Spiegel, se propuso descubrir específicamente qué sucede en el cerebro durante un trance hipnótico.

De un grupo de 545 participantes, los científicos de Stanford eligieron a 36 que consistentemente habían alcanzado una puntuación elevada en pruebas que miden la propensión a ser hipnotizados, y a otros 21 que habían obtenido la puntuación más baja. A continuación, con resonancia magnética funcional, que registra la actividad cerebral al detectar los cambios en el flujo de sangre, los investigadores observaron el cerebro de estos 57 voluntarios bajo cuatro condiciones distintas: en reposo; mientras evocaban un recuerdo, y durante dos sesiones de hipnosis similares a las que se emplean para el tratamiento de ansiedad, dolor o trastornos emocionales.

Así encontraron tres huellas en el cerebro bajo hipnosis, que sólo fueron detectadas en los voluntarios propensos a ser hipnotizados y únicamente durante el trance hipnótico. El primer cambio fue una reducción de actividad en el área conocida como giro o corteza cingulada anterior, que –explica Spiegel– se activa cuando el cerebro está profundamente concentrado. Además, observaron un aumento de conexiones entre una zona de la corteza prefrontal y la ínsula, que normalmente se producen para ayudar al cerebro a procesar y controlar el estado del organismo, y una menor conexión entre la misma región cortical y la red automática, o “red neuronal por defecto”, lo que posiblemente indica que el sujeto no ejecuta una acción de manera consciente. La explicación podría ser que, durante el trance hipnótico, esta disociación entre el acto y la conciencia del acto permite a la persona realizar alguna actividad que fue sugerida, o autosugerida, ahorrando los recursos mentales que se gastarían al hacerla consciente.

Esta correlación de los posibles efectos de la hipnosis en el cerebro podrían aprovecharse para beneficiar no solamente a las personas propensas a ser hipnotizadas, sino también a quienes no son susceptibles a la hipnosis; por ejemplo, modificando la capacidad de aprovechar esta técnica, o mejorando su eficacia en casos como el control del dolor crónico. Pero, además, conocer mejor la posible influencia de este método en el cerebro representaría, parafraseando al Dr. Spiegel, un importante cambio en la forma como usamos la mente para controlar tanto nuestras percepciones como el propio cuerpo.

Verónica Guerrero Mothelet (paradigmaXXI@yahoo.com)

Fuente:
Jiang H, White MP, Greicius MD, Waelde LC, & Spiegel D (2016). Brain Activity and Functional Connectivity Associated with Hypnosis. Cerebral cortex (New York, N.Y. : 1991) PMID: 27469596

Información adicional:

What is Hypnosis?

American Psychological Association – Hypnosis

Not Getting Sleepy? Why Hypnosis Doesn’t Work for All

ResearchBlogging.org