Texto de: Samara Shames Pérez Harp

Turísticamente, México es un país reconocido por sus paisajes de temperaturas elevadas como playas y selvas, y sus altas montañas normalmente quedan fuera de la imagen internacional del país. Sin embargo, México posee tres elevaciones que superan los 5,000 metros sobre el nivel del mar: el Pico de Orizaba o Citaltépetl (5,670 m) que ocupa el tercer lugar en el ranking de montañas más altas en América del Norte, el volcán Popocatépetl (5,420 m) y el volcán Iztaccíhuatl (5,240 m).

Con excepción del Popocatépetl, por ser un volcán activo, estos elevados monumentos naturales reciben a un gran número de montañistas y senderistas al año, ya sea para ascender a la cima o seguir rutas en las faldas. Cualquier opción que se elija sin duda va acompañada de paisajes y experiencias extraordinarias. El ascenso a la cima implica una especial demanda física y mental, que no obstante es recompensada con lugares y panorámicas realmente extraordinarios.

Imagen 2. Vista del Popocatépetl desde la cima del Iztaccíhuatl.

Para todos los amantes de la naturaleza y la exploración, estos destinos tienen un atractivo único. Personalmente, el ascenso al Iztaccíhuatl tiene la medalla de oro dentro de mis experiencias en la naturaleza: desde la subida a media noche con un cielo estrellado sin comparación, más el silencio natural alpino, hasta llegar a la cima para observar el amanecer a más de 5,000 metros de altura, con el Popocatépetl frente a ti. Todo esto es aún más impresionante cuando tienes la oportunidad de ir cuando la cima está cubierta de nieve.

Como bióloga, estas experiencias tienen un valor agregado. Lograr percibir el cambio de la vegetación a diferentes altitudes, las adaptaciones de las plantas que encontramos en estos ambientes, los endemismos derivados de la historia natural de estos ecosistemas y el encuentro con los únicos glaciares que tenemos en México lo hace una experiencia aún más emocionante, que nos ayuda a entender cómo todos estos elementos interactúan para generar el paisaje majestuoso a nuestros pies.

Imagen 3. Amanecer en el Iztaccíhuatl.

 

Como bióloga, estas experiencias tienen un valor agregado. Lograr percibir el cambio de la vegetación a diferentes altitudes, las adaptaciones de las plantas que encontramos en estos ambientes, los endemismos derivados de la historia natural de estos ecosistemas y el encuentro con los únicos glaciares que tenemos en México lo hace una experiencia aún más emocionante, que nos ayuda a entender cómo todos estos elementos interactúan para generar el paisaje majestuoso a nuestros pies.

Imágenes 4 y 5. El glaciar de la «panza» del Iztaccíhuatl cubierto de nieve.

 

Sin embargo, también encontramos un fenómeno preocupante: la desaparición de los glaciares debido al cambio climático. En México, los únicos glaciares que teníamos eran los de estas 3 montañas. En 2001 el glaciar del Popocatépetl se declaró extinto debido a su actividad volcánica. En el Iztaccíhuatl sobrevive menos de la mitad (5 de 11) de los glaciares y en el Pico de Orizaba el sistema glaciar aún permanece debido a su gran altura, pero con una reducción progresiva. Principalmente en el Iztaccíhuatl, quienes suben a la cima de manera constante han presenciado su pérdida en los últimos años.

Además de ser un excelente destino natural, estos picos y sus glaciares son importante fuente de agua para las comunidades cercanas. Considerando que este espectáculo sólo se puede encontrar en dos sitios de los casi dos millones de kilómetros cuadrados de la superficie terrestre de México, no hay duda de que las altas montañas del país merecen un reconocimiento y protección especial.