Texto por: Gina M. Quintero Gil

Entre los 3000 y 4200 metros sobre el nivel del mar, el desgaste físico de horas de caminata y la presión atmosférica que te quita el aliento carecen de importancia cuando encuentras un paraje altoandino con una belleza y un silencio envolvente. Un ecosistema que quema al medio día y congela en la madrugada, donde las gotas de agua se cristalizan en las pestañas, el frío te hincha las manos y unos tenues rayos de sol queman intensamente la nariz y las mejillas. Hablo de la sensación que deja la llegada al páramo y de lo pequeño que puedes uno sentirse frente al poder y la majestuosidad de las montañas andinas.

Los ecosistemas paramunos -o de páramo- conforman un paisaje excepcional distribuido a lo largo de la cordillera de los Andes entre Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú, llegándose a extender hasta Costa Rica y Panamá. Definir este ecosistema no me resulta sencillo, pues en él convergen particularidades de carácter climático, geomorfológico, biogeográfico y cultural que pueden variar a lo largo de su distribución. La definición de páramo que considero más integradora fue la descrita por Rangel (2000), quien lo describe como una región que comprende extensos valles que coronan las cordilleras entre el bosque andino y el límite inferior de las nieves perpetuas. Sin embargo, el páramo no es únicamente un ecosistema tropical de montaña, sino que es también un espacio de producción y trabajo con una gran carga histórica y cultural.

Este ecosistema tiene una gran importancia para millones de personas en Sudamérica por sus diversos valores naturales y culturales. Naturalmente, son ecosistemas que regulan el clima, son escudos protectores frente a enfermedades, están fuertemente vinculados al ciclo hidrológico, son el hábitat de especies de fauna y flora propias de los Andes. Culturalmente, han sido considerados lugares sagrados y ceremoniales por las comunidades indígenas y rurales, históricamente se han explotado para la agricultura y la ganadería, proveen de alimentos, fibras y madera a las comunidades cercanas y son espacios con un alto valor estético y potencial para el turismo.

Nada sería tan importante para consolidar una imagen propia de las montañas de los Andes como las caminatas que he disfrutado a lo largo de las cordilleras colombianas. Desde que lo visité por primera vez, el páramo me pareció uno de los lugares más fascinantes a la vista y al espíritu, un escenario perfecto para conectarse con la tranquilidad y entender la complejidad de los valles glaciares, disfrutar de los colores de los pantanos, las turberas, los espejos de agua, los musgos esponjosos que cubren el suelo y los frailejones que se imponen en la salvaguarda del agua. Estos últimos, son las plantas más emblemáticas del páramo y tienen un rol ecológico importantísimo relacionado con la captura y el almacenamiento de agua en los sistemas altoandinos. El nombre popular de “frailejón”, posiblemente surgió de la imaginación de algunas personas al comparar la apariencia de estas plantas (que pueden superar los dos metros de altura) con la figura de un fraile corpulento que se impone entre la niebla. Sus hojas están cubiertas por diminutos pelos o tricomas que protegen a la planta de la radiación solar y de las temperaturas extremas. La forma redondeada de sus hojas peludas les ayuda a regular el calor y a capturar el agua de la lluvia y la neblina para irrigar el suelo y servir de reservorio.

Imagen 2: Frailejón (género Espeletia). Según el Instituto Humboldt, existen alrededor de 144 especies de frailejones repartidas a lo largo de la Cordillera de los Andes. Fotografía por Gina M. Quintero.

En el páramo, los contrastes son parte de la experiencia en las alturas. Sólo entre el día y la noche puede existir una diferencia de más de 20 grados centígrados, y las condiciones climáticas dificultan diferenciar entre el “verano” y el “invierno”, lo cual se debe también a su cercanía con el ecuador. En un momento, los rayos del sol se mezclan con el azul del cielo y, de repente, se abren paso la lluvia y la neblina para cubrir el paisaje de forma inesperada, creo que es cuestión de suerte. Sin embargo, no importa como esté el tiempo, siempre es posible contemplar como el verde la montaña se combina de manera armoniosa con las praderas, el dorado de las flores y el terciopelo de los frailejones.

La biodiversidad encontrada en estos ecosistemas les da un alto valor ecológico. En términos de flora, existe una gran variedad de formas de vegetación dentro de las cuales las más comunes son los rosetales, pajonales, arbustales, matorrales y algunas plantas acuáticas que sobresalen de las lagunas y las turberas. De hecho, algunos expertos botánicos consideran que hay formas tan propias y únicas de vegetación que seis de cada diez especies de plantas encontradas en los páramos no crecen en ningún otro ecosistema del mundo.

Las coronas de los valles andinos también son el hábitat y un importante corredor de movimiento para muchas especies de vertebrados como el puma, el cóndor, el oso, el tapir y el venado. En este caso hablaré del oso de anteojos (Tremarctos ornatus), un corpulento mamífero que merodea entre los frailejones y los bosques de niebla desde la cordillera de Mérida (en Venezuela) hasta el Perú. El oso es una especie sumamente importante en los sistemas altoandinos y paramunos, pues es un jardinero involucrado en la polinización, el transporte de semillas y la reforestación natural a lo largo de la cordillera. Al caminar a través del bosque de niebla, previo a la llegada al páramo, ya se puede sentir la presencia del oso, la cual se ve reflejada en los rascaderos y los rasguños que resaltan en la corteza de los árboles y en los comederos frescos llenos de bromelias despedazadas en el suelo.

Imagen 3: (Oso de anteojos (Tremarctos ornatus) observado en el Parque Nacional Natural Chingaza, Colombia). Fotografía de Lucho Linares.

Aunque son muchos los servicios ecosistémicos y de bienestar que brindan los páramos a las ciudades y asentamientos andinos, podría decir que el mayor valor que poseen se debe a la regulación y producción de agua dulce. El recurso hídrico es uno de los elementos principales del paisaje y puede verse fluir entre los pantanos y las coloridas turberas, posado sobre los líquenes y las hojas de las plantas, o contenido en la espesa neblina. El ciclo del agua que ocurre en la montaña ha sido objeto de estudios de balance hídrico que indican que, mientras el 1% del caudal de los ríos que nacen en los Andes proviene de las aguas de fusión de glaciares, el resto corresponde casi exclusivamente al agua proveniente de los páramos y a la escorrentía que baja por gravedad de la montaña. Aglomeraciones urbanas importantes, como Bogotá (más de siete millones de habitantes) o Quito (más de dos millones) se nutren de aguas reguladas por los páramos.

El papel del páramo como fábrica de agua se explica por la estructura particular del suelo, que libera lentamente el agua almacenada durante los episodios de lluvia. Los suelos paramunos presentan, en su mayoría, una capa homogénea de ceniza que se conserva de las erupciones volcánicas del periodo Cuaternario (comenzó hace unos 2,5 millones de años y continúa en el presente). Esta formación del suelo tiene un alto contenido de carbono orgánico lo cual, unido a una estructura porosa, hace que los suelos paramunos tengan una retención de agua extraordinariamente alta.

Imagen 4: Un ejemplo de una turbera en el Paramillo del Quindío, cordillera central de los Andes en Colombia. Las turberas son humedales altoandinos que se caracterizan por presentar aglomeraciones de vegetación en forma de turbas o camellones. Quien haya caminado por las montañas de los Andes jamás olvidará la suave sensación de caminar sobre estos blandos cojines en medio de las masas de agua-. Fotografía de Gina M. Quintero.

Aparte de estos aspectos ambientales que puedo reseñar, considero que el páramo es un espacio social y cultural importantísimo para muchas culturas sudamericanas. En las coronas de los Andes han habitado antiguas etnias o descendientes de ellas, que desde tiempos remotos se han adaptado al rigor del clima y al paisaje paramuno. Nuestros antepasados indígenas recorrían los valles de frailejones y se enfrentaban a los fuertes vientos para conectarse con sus dioses y ofrendarles oro, plata e incluso sacrificios de niños y animales. Y es que, cosmológicamente, la historia cuenta que estos sitios fueron apreciados de manera mítica y religiosa desde el periodo prehispánico hasta nuestros días. Sin embargo, desde antes de la llegada de los españoles se ha documentado que la expansión agrícola, la dispersión de los incas y las actividades de cacería ya habían empezado a modificar el paisaje paramuno.

Imagen 5: Santuario de Bocagrande en el páramo de Sumapaz, cordillera oriental de los Andes en Colombia. Fotografía por Gina M. Quintero.

Posterior a la conquista, la necesidad de desarrollo y la creciente demanda de recursos de una población en aumento convirtieron a los páramos en lugares importantes para la producción de alimentos, el pastoreo de ganado y la extracción de minerales. Los intentos por convertir estos parajes de la montaña en zonas productivas los tienen altamente amenazados. Hoy en día se pueden observar áreas transformadas donde los pantanos han sido drenados, los suelos degradados y los frailejones y pajonales deforestados, lo cual nos impone el gran reto de protegerlos y seguirlos manteniendo como uno de los tesoros de nuestra América Andina. De hecho, existen actualmente comunidades indígenas y campesinas que son fuertes defensoras de sus páramos, como por ejemplo los Indígenas Pasto La Libertad en Ecuador, el resguardo Triunfo Cristal Páez en Colombia y Ayabaca y Huancabamba en Perú, entre muchos otros casos. Todos ellos, han entregado sus vidas a proteger la montaña pues ésta ha sido el refugio de miles de personas que sufren las consecuencias de una historia de inequidad y marginación en muchos países del sur del continente americano. El amor por el páramo es algo inherente a sus raíces, son la base de su cultura, su alimentación, su vivienda, sus tradiciones. Por ello, todas las historias que han recorrido estos pajonales fríos se acercan sin duda a una visión mítica y legendaria de toda la cordillera y su gente.

 

Imagen 6: Hugo Quelal recorre el páramo junto a sus compañeros de la guardia ambiental en el extremo norte de Ecuador. Fotografía de Estefanny Bravo S. Periódico “El País”, tomada de: https://elpais.com/elpais/2018/04/26/planeta_futuro/1524760043_183329.html.

La investigación, la educación ambiental participativa, la creación de política pública y el amor por la naturaleza son el camino para la conservación de los páramos andinos y para que las futuras generaciones puedan disfrutar de estos magníficos lugares. Es casi una obligación la que tenemos con la naturaleza que nos provee de agua y muchos otros recursos. Quiero invitar a los lectores que quieran hacer una visita a Costa Rica, Colombia, Venezuela, Ecuador o Perú, a que visiten los ecosistemas paramunos, atendiendo si es posible al turismo responsable, que aporte a la conservación del medio ambiente y al bienestar de las comunidades locales.