Texto por: Por Kevin López Agustín

Bien decía A. R. Wallace que, “en una selva húmeda, nadie que tenga sentido de lo magnánimo y sublime, puede ser decepcionado”. Mi primera experiencia de campo en la Selva Lacandona, la selva tropical más imponente de México, resultó no sólo ser como Wallace describió sus experiencias en las selvas tropicales. Para mí fue tan eminente y paradisiaco, como contradictorio. Eran tantas las interacciones que ahí ocurrían, ecológicas y sociales, que no había manera de aterrizar la comprensión de ese ecosistema tropical como un todo en el que sus partes, por un lado están amenazadas de desaparecer (la biodiversidad) y por otro las comunidades que habitan y se sustentan de ese ecosistema, están vulneradas y llegan a jugar un doble papel tanto amenazado como amenazador, lo último en función de la falta de acciones transversales para el sostén de la vida de las comunidades en armonía con los recursos de los que se sustentan. En la tierra de las ceibas, los cedros, la caoba y el tan productivo ramón, resulta inevitable no percibir y atisbar la presencia del dosel con júbilo, admiración y desde luego, respeto.

Al entrar a la Lacandona, mientras iba en la lancha sobre el caudaloso río Usumacinta, con mi compañera Paulina —quien me invitó a conocer su gran trabajo en favor de la conservación de la selva, y a quien le agradezco haberme compartido una de esas experiencias que se tienen de por vida—, escuchamos el estruendoso sonido de los monos aulladores (Alouatta pigra) y de los tucanes (Ramphastos spp.).  El hecho de saber que en ese momento compartía espacio con los jaguares (Panthera onca) resultó en una experiencia inverosímil.

Imagen 1. El equipo sobre el río Usumacinta.

Conocer a los guardaparques y su gran esfuerzo por cuidar la selva, el respeto que en ella y para ella guardan, pero también su vulnerabilidad ante los conflictos sociales,  fue alentador y siempre que lo evoco me impulsa a sumar a la lucha por la defensa de una selva que, como chiapaneco, respeto y, como mexicano, necesito. El trabajo de Paulino, Feliciano, René, todos los guardaparques, estudiantes, profesionales, instituciones y demás personajes para conservar la selva resulta ejemplar y nos invita a sumarnos a una responsabilidad común de todos los mexicanos: la defensa de la vida a través de la conservación de la biodiversidad.

La Selva Lacandona no sólo representa lo magnánimo y sublime de las emociones humanas naturales, es también el hogar del 15% de la flora del país (4,300 especies vegetales) y alrededor de 114 especies de mamíferos, es decir el 24% del país (jaguar, tapir, viejo de monte, temazate…), por mencionar sólo algunos grupos de seres vivos.

¡Vive, cuida y conserva a las selvas tropicales, la biodiversidad!

Imagen 2: Vista de la laguna Águila Harpía, al interior del Área de Protección de Flora y Fauna Chan-Kin.