Por Valeria Towns

Desde el 31 de noviembre y hasta el 11 de diciembre del año en curso se está celebrando en París la Conferencia de la Partes en Cambio Climático (COP21). En medio de un escenario de terror, la “ciudad de la luz” recién golpeada por grupos extremistas, recibe a los ministros de casi todos los países del mundo para discutir el futuro del planeta en términos de las acciones para detener y mitigar los efectos del cambio climático.

Gobernantes reunidos durante la COP21. Foto de United Nations.

Gobernantes reunidos durante la COP21. Foto de United Nations.

En la celebración de los 70 años de la ONU en septiembre de este año, el primer ministro de Rusia, Vladimir Putin, se comprometió a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de su país en 70% para el año 2030, considerando como valor inicial el nivel de emisiones que tenían en 1990; así como a aumentar la inversión del país en la búsqueda de tecnologías limpias. De igual manera se mantuvo firme en su posición de apoyar al primer ministro de Siria en su lucha contra el llamado Estado Islámico (EI) y otros grupos extremistas.

Por su parte, el presidente Barack Obama en el mismo evento declaró que: “Estados Unidos se comprometerá con los países, que estén dispuestos a ello, a hacer lo que les corresponda para que en París podamos concluir con éxito el trabajo de apoyar a las futuras generaciones para enfrentar el cambio climático”; una postura ambigua y sin comprometer nada concreto. Así mismo, fue muy claro en defender su negativa de apoyar al presidente de Siria y continuar con su estrategia para detener al EI.

El futuro del planeta hoy se decide entre Siria y París, entre continuar con la explotación de combustibles fósiles y la emisión masiva de gases de efecto invernadero a la atmósfera y buscar un nuevo modus vivendi: energías renovables, reconversiones productivas y suspender la quema de hidrocarburos.

Entonces, ¿Qué podemos esperar de la COP21? Es claro que el panorama político en el mundo es sumamente complejo. Por otro lado, no hay duda de que tiene un alto costo político el no tomar parte en los instrumentos legales internacionales que hoy se están generando en términos de cambio climático. El panorama previsible es entonces que se tratará hacer más laxos los compromisos, de modo que todos lleguen a un acuerdo para firmar.

Lo idóneo sería tener un documento similar a lo logrado en Ginebra en 1979 sobre Contaminación Transfronteriza (Ver Convenio) a gran distancia. En resumen, el Convenio de Ginebra establece un marco de cooperación intergubernamental para proteger la salud y el medio ambiente contra la contaminación atmosférica que puede afectar a varios países. Entre dichos contaminantes se encuentran el azufre, metales pesados y los hidrofluorocarburos. La mayor parte de los protocolos se han cumplido en los últimos 30 años por lo que el Convenio fue exitoso. Pero, ¿Por qué no sucede lo mismo con la emisión de gases de efecto invernadero? Probablemente debido a que la energía producida por la quema de los combustibles fósiles es la base del crecimiento económico en el modelo actual de desarrollo del planeta y ningún país está preparado, ni dispuesto, a frenar su economía a cambio de modificar este modelo. Por ello, no hay una ruta realista rumbo al 2020, pues el problema no son las metas sugeridas por los científicos del panel intergubernamental de cambio climático (IPCC por sus siglas en inglés), sino lo intrincado del camino para cumplirlas. Es decir, en las negociaciones políticas se discute de manera especulativa la información proporcionada por el IPCC, y se usa una semántica retorcida, lo cual no garantiza que las metas se alcancen. En resumen, desplazar al carbono como la fuente de energía primaria en nuestro planeta también tiene un alto costo político.

Sin embargo, el panorama no es tan negro, el cambio a energías alternativas es un proceso lento pero que se está dando en muchos países, Holanda y Alemania los más ejemplares. Incluso China se ha comprometido a reducir su consumo de carbono en 55% para el 2030 y algunos países árabes, productores de petróleo, ya son más moderados en su uso de combustibles fósiles. Además, están invirtiendo en la producción a gran escala de energía eólica y solar. Hoy en día los precios de las energías renovables empiezan a ser competitivos con el mercado de hidrocarburos. Los países desarrollados tienen la responsabilidad de impulsar éste tipo de tecnologías, así como de colaborar para que los países en desarrollo reduzcan sus emisiones.

Infográfico mostrando ejemplos de las acciones para adaptarnos y mitigar el impacto del cambio climático. Foto de United Nations

Infográfico mostrando ejemplos de las acciones necesarias para adaptarnos y mitigar el impacto del cambio climático. Foto de United Nations.

Con todos estos antecedentes, puede parecer que París es más un punto de arranque que un punto de llegada: falta mucho por hacer. Es muy importante que las negociaciones en los próximos días vayan más allá del límite de los 2°C, pues éste no es un umbral debajo del cual no existan riesgos. El cambio climático y sus impactos ya están sucediendo con un alza de 1°C en la temperatura promedio anual del planeta que fue alcanzada este año. Es indispensable fijar tasas internacionales aceptables y homogeneizadas de emisiones de carbono y que se revise y clarifiquen los mecanismos de los mercados de carbono. Hoy en día, a pesar de los esfuerzos, el carbono no tiene un precio. Poner un precio para el carbono facilitaría estimar económicamente el impacto de diferentes actividades humanas como la deforestación más allá del valor de los productos extraídos, así como el valor que tendría mantener sistemas para secuestrarlo como la reforestación. Es primordial que se discuta la importancia de frenar las emisiones, no solo del sector industrial y energético, sino también aquellas provocadas por la deforestación masiva de bosques y selvas. Así como también lo es que se fijen metas de revisión de los objetivos alcanzados en periodos de tiempo más cortos que los 10 años planteados originalmente.

El resultado lo conoceremos en las próximos días y sabemos que no hay que ser muy optimistas ni especular que en esta COP21 se resolverá el futuro del planeta en términos de medio ambiente. Pero, también sabemos que ya existe la convicción y la voluntad política necesaria. Esta reunión puede impulsar un cambio en la dirección de las políticas públicas que atienda los intereses de las minorías y busque un mundo habitable para las generaciones futuras. Es una reunión que va más allá del discurso, ya cuenta con metas y acciones claras para alcanzarlas. Siempre y cuando se acepte que el medio ambiente debe ser una prioridad en las agendas políticas que anteponga el bienestar común sobre los intereses políticos empresariales y bélicos.